Evangelio según San Juan 1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel".Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'.Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".
RESONAR DE LA PALABRA
Querido amigo/a:
La primera carta de Juan afirma lo que somos: Hijos de Dios. “Mirad que? amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos”. Si en Navidad celebramos que Dios se hace uno de nosotros, Jesús es nuestro hermano, por lo que su nacimiento nos introduce en la familia de los hijos de Dios, aunque todavía “no se halla manifestado en plenitud nuestro ser hijos, lo que seremos», porque cuando se nos manifieste Cristo, «seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”.
Esta afirmación de la Palabra de Dios nos recuerda que no somos huérfanos, que no estamos abandonados a la deriva de la vida, que ningún ser humano está solo, aunque no lo sepa. Dios, nuestro creador y criador, cuida de cada uno de nosotros, de todos. También nos recuerda que, si somos hermanos en Él, debemos sentir a los demás como hermanos, mirarlos con otros ojos, con aire de familia. Intentemos mirar a los demás con ojos nuevos, como nos mira Dios a Nosotros.
En el Niño Dios encontramos nuestro cobijo existencial, estamos en Él. Llamarnos y ser hijos de Dios es la mejor gracia de la Navidad. Y es también la mejor noticia para empezar el año. Seguramente habrá momentos a lo largo del mismo en que nos sentiremos débiles, o con poca suerte, o delicados de salud, o sin grandes éxitos en nuestros proyectos. Pero una cosa no nos la puede quitar nadie: Dios nos ama, nos conoce, nos ha hecho hijos suyos, y a pesar de nuestra debilidad y de nuestro pecado, nos sigue amando y nos destina a una eternidad de vida con Él.
El evangelio continúa con el testimonio de Juan el Bautista. Juan lo conoce bien y nos lo señala para que no lo perdamos de vista en estos días en los que seguimos celebrando su nacimiento. El cordero, el que dará la vida por nosotros cuando sea mayor. A Él lo seguimos y especialmente lo adoramos, con nuestras acciones de amor, en estos días.
Nuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf
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