Cuando usted recibió el bautismo en el Espíritu Santo pudo quizá sentir una alegría desbordante, una plenitud interior, una nueva sensación del amor de Dios, un nuevo fervor de hablarles a otros de Jesús. Pero a esto, tal vez, le siguió un tiempo de sequedad espiritual inesperado e incluso de combate espiritual más intenso. ¿Qué debería hacer después? ¿Cómo puede mantener, proteger y profundizar esta gracia maravillosa que usted ha recibido?
Lo que viene a continuación es vivir la efusión todos los días, buscando la plenitud de la vida en el Espíritu. Para crecer en nuestra vida espiritual tenemos que tomar decisiones radicales, volviéndonos hacia el Señor con gran confianza. Patti Mansfield, el día de su bautismo en el Espíritu Santo, hizo una oración de rendición incondicional a la voluntad de Dios: «Señor, te entrego mi vida. Escojo todo lo que tú deseas para mí. Si es sufrimiento, lo acepto. Solo enséñame como seguir a tu Hijo Jesús y a amar como Él ama».
Como ejemplo de cómo vivir el bautismo en el Espíritu a largo plazo no hay mejor lugar al qué mirar que el relato bíblico de los primeros cristianos que recibieron el bautismo en el Espíritu el día de Pentecostés. Lucas nos cuenta que “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2, 42). Este modo de vida permanece como modelo para aquellos que hoy son bautizados en el Espíritu. Examinemos cada uno de sus elementos.
La enseñanza de los apóstoles
Los primeros cristianos buscaban profundizar en su fe escuchando atentamente a los apóstoles, quienes habían aprendido del mismo Jesús durante tres años. Para nosotros también es esencial profundizar en nuestro conocimiento de Dios estudiando la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia. Esto incluye desarrollar el hábito de leer diariamente de la Biblia y asistir a retiros de formación siempre que sea posible.
Comunión con otros
Los primeros cristianos viven una vida de gran hermandad, teniendo «todo en común» (Hch 2,44). Esto significa que se preocupaban los unos por los otros, compartiendo generosamente sus bienes materiales. Pero también se preocupaban los unos por los otros compartiendo generosamente los carismas que Dios le había dado a cada uno para edificación del cuerpo. Los carismas son instrumentos poderosos para servir a los demás y ser vehículos del amor de Dios por ellos. San Pablo nos dice: «Busquen la caridad; pero aspiren también a los dones espirituales, especialmente a la profecía» (1 Co 1,1). Da listas de carismas en 1 Corintios 12,8-10 y Romanos 12,6-8 y existen muchos otros además de los enumerados. Para crecer en la gracia del bautismo en el Espíritu debemos establecer relación con otros que han recibido esta gracia y ayudarnos unos a otros a acoger los carismas, discernirlos y hacer uso de ellos con humildad. Nuestro grupo de oración o comunidad, la oración familiar y la evangelización son lugares privilegiados para despertar y utilizar los carismas. Al servir a los hermanos en el amor y en la obediencia de la fe, los carismas crecerán.
La fracción del pan
La «fracción del pan» significa tanto que los primeros cristianos disfrutaban de la compañía unos de otros en comidas comunitarias, como que recibían el pan de vida, la Eucaristía. Nosotros también alimentamos y profundizamos la vida en el Espíritu en nosotros participando juntos en la liturgia de la Eucaristía y recibiendo otros sacramentos, especialmente el sacramento de la reconciliación.
Oración
A los primeros cristianos les encantaba asistir juntos al templo y alabar a Dios (Hch 2, 45-47). Para nosotros también es imposible crecer en el Espíritu sin una vida regular de oración. Esto incluye pasar un tiempo con el Señor a diario, alabándole y adorándole, escucharle a través de su Palabra e interceder por otros. También puede incluir el Rosario y la Misa diaria si fuera posible.
Vida en el Espíritu
Por último, crecer en el Espíritu Santo significa ser conducido por el Espíritu Santo día a día, como exhorta San Pablo: «todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14); «si vivimos en el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5,25); «si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne» (Ga 5,16). Dar satisfacción a las apetencias de la carne es desobedecer a la Palabra de Dios, ceder al pecado, la ira, la impureza o la desobediencia. La esencia de la vida en el Espíritu, por el contrario, significa:
- No entristecer al Espíritu Santo a través de la amargura, la cólera, la ira, la maldad (cf. Col 3, 8), la crítica, el resentimiento o el deseo de no perdonar.
- No resistirse al Espíritu Santo cuando nos convence del pecado, sino reconocer nuestro pecado arrepintiéndonos, humillándonos y confesándonos. La gracia del bautismo en el Espíritu puede apagarse, secarse o volverse tibia por el pecado.
- Llenarse del Espíritu (Ef 5,18), esto es, vivir según el Espíritu cada día, dedicados a Dios y separándonos del mal. Jesús nos dio vida en abundancia para que podamos dar el fruto del Espíritu (Ga 5,22-23).
- Amar al Espíritu Santo, orándole cada día, invocándole, escuchándole cuando nos inspira y obedeciéndole cuando nos insta a actuar, ejerciendo sus dones y carismas.
Preguntas a la Comisión Doctrinal del ICCRs Boletin Enero/Febrero 2012
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