En el Evangelio de hoy seguimos los pasos de Jesús, que nos llevan a la región de Gerasa, “al otro lado” del lago. Allí, un endemoniado le sale al encuentro. Marcos lo describe crudamente: vive en los sepulcros, sin contacto con el resto de la sociedad, excluido de toda vida social; le han atado muchas veces con grillos y cadenas, pero siempre las rompe y se hiere a sí mismo con piedras filosas. Es un hombre que sufre, atormentado por una fuerza interior que lo domina, no le da descanso y procura destruirlo.
Jesús reconoce que este hombre es atormentado por espíritus malignos y le pregunta cuál es el origen de su mal: ¿Quién eres? Responde “Legión” nombre que evoca las hordas invasoras de las tropas romanas; la violencia y la dominación por la fuerza, una guerra que encadena a este hombre en una situación infrahumana. No será fácil sanear su vida, pues los demonios no dan paso a razonamientos lógicos. Por fin, a la orden de Cristo, los espíritus salen del hombre y entran en una piara de cerdos, que espontáneamente se arroja al precipicio y se ahoga en el mar.
Pero los pobladores del lugar se atemorizan y le piden a Jesús que se aleje de ellos; ven al que fue liberado y salvado, pero la poderosa acción de Dios les atemoriza, les incomoda y no se deciden a pedir su propia liberación. A muchos se les ocurre que hay que cerrar las puertas a la salvación y prefieren quedarse como están, porque la presencia de la santidad les incomoda, porque les exige cambiar y dejar los hábitos desordenados.
¿Será que tenemos miedo a la luz y a la libertad? ¿Nos parece tan grande el precio de la salvación que preferimos quedarnos tal como estamos? Solo el hombre que es liberado y recupera su dignidad comprende el ofrecimiento gratuito de Cristo y se siente tan agradecido que desea seguir al Señor a partir de entonces. Pero Jesús le propone más bien que se quede con los suyos y allí dé testimonio de primera mano de lo misericordioso que el Señor ha sido con él y de la buena nueva del Reino, que está disponible para todo el que quiera creer en Cristo.
“Amado Jesús, líbrame de los malos hábitos, temores y dolores físicos, Señor, te lo ruego, y de todo obstáculo para experimentar la libertad de los hijos de Dios.”
Hebreos 11, 32-40
Salmo 31, 20-24
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