miércoles, 6 de febrero de 2019

Meditación: Marcos 6, 1-6

Todos honran a un profeta, menos los de su tierra. (Marcos 6, 4)

Cuando Jesús regresó a Nazaret, el día sábado fue a la sinagoga local y leyó del libro de Isaías. Si bien muchos de los presentes estaban sumamente asombrados por sus palabras, no lograban aceptarlo de corazón. No les parecía que fuera nadie extraordinario; no era más que un hijo de vecino, de oficio carpintero, de aspecto humilde y sin preparación especial. Para ellos, el aceptar sus palabras y su poder milagroso significaba que tendrían que humillarse y reconocer que uno de ellos mismos tenía algo que ellos no poseían. De modo que el orgullo era un obstáculo para su fe y no les permitía experimentar el poder de Dios.

En realidad, para aceptar la obra de Jesús en nuestra vida tenemos que reconocer que somos débiles y necesitados. Esta fue una lección que San Pablo aprendió a golpes. Habiendo logrado un enorme éxito como apóstol y pastor, estaba siempre acosado por lo que llamaba “una espina clavada en mi carne” (2 Corintios 12, 7) y cada vez que le pedía a Dios que se la quitara, el Señor le respondía: “Con mi gracia te basta, pues mi poder se muestra perfecto en la debilidad” (12, 9).

¿Por qué tenía este problema San Pablo? Él mismo contesta la pregunta: “Para preservarme de volverme orgulloso a causa de esas sublimes revelaciones” (2 Corintios 12, 7). El apóstol entendió que sin esta intervención de Dios para mantenerlo humilde, corría el riesgo de atribuirse el crédito de su trabajo y distanciarse del Señor, que actuaba con tanto poder por medio de él.

Jesús vino a sanar a los enfermos, y los sanos no tienen necesidad de médico (Marcos 2, 17). Los nazarenos no lograban entender que ellos también necesitaban el toque sanador de Cristo, por eso, en lugar de ponerse en manos del Señor, “encontraban en él motivo para escandalizarse” (Marcos 6, 3). En cambio, San Pablo sabía que necesitaba un médico y por eso pudo experimentar el poder de Dios en acción, no solo en él, sino también en los demás a través de él. Reconozcamos, pues, que todos necesitamos a Jesús; así podremos llegar a ser instrumentos de su poder sanador en este mundo.
“Amado Jesús, concédeme un corazón dócil para que reciba tu Palabra y tu curación. Quita de mí, todo lo que me impida aceptar tu gracia, para que yo pueda anunciar tu amor al mundo que tanto te necesita.”
Hebreos 12, 4-17. 11-15
Salmo 103, 1-2. 13-14. 17-18

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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