En el Evangelio de hoy vemos que Jesús envía a los apóstoles de dos en dos a comenzar la misión para la cual los había escogido. Luego, ellos continuaron la misión haciendo obras similares a las de él: predicar el perdón de los pecados, expulsar demonios, ungir y curar a los enfermos.
Los apóstoles habían convivido con Jesús durante todo el principio de su ministerio, observando sus milagros, recibiendo sus enseñanzas e incluso escuchando la explicación personal que les daba de las parábolas.
Estos momentos íntimos de preparación tuvieron el propósito de capacitar a los Doce como representantes de Jesús para llevar al mundo la buena nueva de la salvación. En efecto, la palabra griega apostolos significa embajador o enviado.
Los Doce gozaban de una amistad personal y directa con el Señor y él les había confiado una gran responsabilidad, por eso es más sorprendente que ellos no lograran entender quién era él en realidad. Esta falta de entendimiento se veía ya desde antes, como cuando los apóstoles no comprendieron las parábolas de Jesús y se asombraron cuando él calmó la tormenta (Marcos 4, 35-41).
Los apóstoles estaban en una posición privilegiada por su cercanía al Señor y sin embargo en todo el Evangelio según San Marcos se ve claramente que no lograban entender el mensaje. Esto nos lleva a deducir que la verdadera comprensión de la obra y la enseñanza de Jesús se logra solo a la luz de la muerte y la resurrección de Cristo y de la venida del Espíritu Santo.
Reconociendo la debilidad humana de los doce apóstoles, el Señor les advirtió que no llevaran provisiones para sí mismos, sino que confiaran en Dios y en la hospitalidad de quienes aceptaran sus palabras. Les recalcó que debían depender de Dios en todo por la urgencia del trabajo misionero que cumplirían.
Esto contrasta diametralmente con la tendencia del mundo que nos insta a proveernos de todo lo necesario para una obra determinada, e incluso que contratemos seguros, por si acaso. Los humanos somos inclinados a tratar de manipular a Dios, para que él haga lo que creemos que justa y buenamente merecemos. Mejor sería estar dispuestos a abandonarnos en sus manos para que él haga con nosotros lo que considere justo y conveniente.
“Ven, Espíritu Santo, te ruego que abras mi mente y mi corazón para entender mejor lo que Jesús me pide ser y hacer.”
Hebreos 12, 18-19. 21-24
Salmo 48, 2-4. 9-11
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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