Dios desea que imitemos a su Hijo, pero solo podemos hacerlo si confiamos en el poder del Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y decidimos seriamente eliminar de nuestra vida todo lo que no sea justo, santo y recto. No es fácil, claro está, pero tampoco imposible. Lo primero es reconocer que aún hay pecado en nuestra vida y que debemos arrepentirnos, confesarnos y rechazar los malos hábitos.
Pero alabado sea Dios, porque él mismo nos ayuda siempre. Cada día podemos hacernos un examen de conciencia y preguntarnos: ¿Actué hoy con amor y paciencia con mi cónyuge y mis hijos? En mis pensamientos y palabras, ¿honré la dignidad de mi esposa o marido, o tuve palabras o conceptos críticos o de menosprecio? ¿Tuve pensamientos de inmoralidad? Así es como el Espíritu Santo nos ayuda a ver lo que ha salido “de adentro” cada día.
Lee el pasaje de Marcos 7, 21-22 lentamente y pídele al Espíritu que te muestre lo que hay en tu conciencia. Luego, arrepiéntete de corazón por las faltas que hayas cometido y proponte no volver a repetirlas. Pero en todo esto, ¡no te sientas deprimido! El arrepentimiento es un don magnífico, una razón para alegrarse, porque si nos arrepentimos, la Sangre de Jesús puede lavarnos de todos nuestros pecados (1 Juan 1, 6-9). Y para tener la certeza de que Dios te ha limpiado interiormente, procura recibir pronto el Sacramento de la Reconciliación.
No creas que Dios se vaya a sorprender por los pecados que tú tengas, como tampoco nos sorprendemos nosotros. Pero si uno renuncia a sus pecados, puede llenarse de esperanza y alegría, porque se ha librado de la culpa y la vergüenza. Dios nos conoce de pies a cabeza y sin embargo nos ama; así que decídete a luchar contra el pecado. Recibe el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación y la Sagrada Eucaristía, para nutrir el alma y fortalecer tu espíritu. Ayuda a tus hermanos y amigos con acciones de bondad y servicio; así todos nos uniremos a los santos en el servicio a Dios, con una conciencia limpia.
“Amado Jesús, te doy gracias por la Sangre que derramaste en la cruz, porque ahora puedo purificarme una y otra vez con ella. Te doy gracias por darme a conocer tu perdón; quiero confiar en tu misericordia hoy y todos los días de mi vida.”
Génesis 2, 4-9. 15-17
Salmo 1-4, 1-2. 27-30
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