(Marcos 7, 29)
¡La fe es algo absolutamente vital! Aunque las ciudades de Tiro y Sidón quedaban fuera de las fronteras de Israel, hasta allí habían llegado las noticias de los milagros de Jesús. Una mujer d esa zona vino a buscarlo para pedirle ayuda. Al parecer su hija estaba atormentada por un espíritu maligno y la única esperanza que ella tenía era recurrir a este predicador judío hacedor de milagros. Era algo para lo que necesitaba mucho valor y no dejarse dominar por la vergüenza ni los prejuicios. En aquellos días se suponía que las mujeres no debían hablar con extraños; además, ella era “extranjera, de origen sirofenicio”, por lo que era considerada pagana e impura por los judíos.
Jesús, poniéndola a prueba, le replicó: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos.” Las palabras de Jesús probablemente no fueron gran sorpresa para ella; por el contrario, seguramente le reforzaron la decisión de confiar en la compasión del Señor. Por eso, dispuesta a afrontar el desafío que Jesús le ponía, persistió firmemente en su fe. Con una mezcla de gran humildad y valentía, respondió: “Sí, Señor, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos” (7, 29).
¡Qué extraordinario modelo de fe para todos los tiempos! La mujer no dejó que nada le impidiera acercarse al Mesías; ni su humilde condición social, ni su impureza religiosa por ser gentil, ni siquiera la respuesta inicial del Señor. Su fe no la decepcionó, porque “encontró a la niña en la cama, pero el demonio ya había salido de ella” (Marcos 7, 30). Ella, a su manera, había desafiado las ideas preconcebidas de la mayoría, tal como Jesús había confrontado a las autoridades de Israel por aferrarse a sus arraigadas tradiciones, y demostró que la fe es algo en lo que se puede confiar.
Gracias a Jesús, todos tenemos acceso al trono de Dios. El Señor vivió entre nosotros, llevó sobre sí mismo nuestras maldades y nos libró del pecado y de la muerte. Nadie queda excluido de su amor y su poder. Vivamos, pues, con plena confianza en que Jesús nos ama y desea librarnos de todo mal.
“Señor, Salvador mío, gracias por venir a sanar el alma de toda la humanidad. ¡Que todo hombre y mujer de cada raza, lengua y nación te bendiga y te alabe por siempre!”
Génesis 2, 18-25
Salmo 128, 1-5
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