viernes, 8 de febrero de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,14-29.


Evangelio según San Marcos 6,14-29.

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:
Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos".
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado".
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.
Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano".
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía,
porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".
Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

RESONAR DE LA PALABRA


¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

«Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad; por ella algunos recibieron sin saberlo la visita de unos ángeles» (Heb 13,1-2). La hospitalidad es un tema muy importante en la Sagrada Escritura. El propio Cristo nos dirá que al final de los tiempos «fui forastero y me hospedaste» (Mt 25,35). No puede ser diferente en nuestras parroquias y comunidades. Es parte integrante de la misión de cualquier comunidad cristiana que desea ser fiel al Evangelio.
Alguien ha dicho que la Iglesia es la única organización que existe principalmente para el beneficio de aquellos que no pertenecen a ella. Eso significa que la hospitalidad cristiana, diferentemente de un club cualquiera, no significa ser amigable con nuestros amigos y la gente que aparenta, piensa y habla como nosotros, sino tender la mano a los extraños, a aquellos que no participan en nuestras comunidades. La eucaristía no pude ser una experiencia privada y anónima que hace de la llamada a dar la bienvenida a un extraño algo irrelevante. No. La eucaristía tiene la hospitalidad en su centro. Es Dios que nos espera y nos acoge y nos invita a hacer lo mismo.
Para la hospitalidad no hace falta mucho esfuerzo: basta que uno persevere en el amor fraterno. Cuando acogemos las personas, sin hacer distinción, puede ser que estamos siendo visitados por ángeles. Y la hospitalidad empieza en nuestra casa. Quien vive bien su matrimonio, por ejemplo, cuando existe la acogida y respeto mutuo, la pareja está ejerciendo el don divino de la hospitalidad.
El ejemplo contrario a la hospitalidad encontramos en la actitud de Herodes. No le importa el valor que tiene la vida de las personas. Aunque ofrezca un banquete a sus invitados, el prestigio, su sed de poder y su soberbia le hace tomar una decisión perversa: quitar la vida inocente de un hombre.
Pidamos al Señor que nunca nos deje insensibles a los demás, especialmente a los que más necesitan. Que el amor al dinero o cualquier otro ídolo no nos impida de ser casa de acogida a todos los necesitan nuestra mano tendida, un abrazo acogedor o una palabra de esperanza.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf


fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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