La pregunta directa que Jesús le hizo a Pedro tuvo la intención de llevar al apóstol a hacerse un sincero y profundo análisis de su propia conciencia y de los afectos de su corazón, para que viera cuánto amaba realmente a Jesús y se diera cuenta de que su amor a Cristo debía ser más fuerte que cualquier fuerza que pretendiera mantenerlo encadenado al recuerdo de sus fallas pasadas.
Es cierto que al principio la interrogación debe haber incomodado bastante a Pedro, pero al menos éste respondió con sinceridad, y así lo entendió el Señor. Por eso, al final, el apóstol reafirmó su propia fe como hijo de Dios y apóstol escogido. Así pudo entender que, a pesar de sus imperfecciones, podría servir plenamente a Cristo. El Señor quería enseñarle que su amor era capaz de cubrir una multitud de faltas (1 Pedro 4, 8). ¡Esta pregunta es probablemente una de las más alentadoras que uno pueda escuchar!
Aun cuando el Señor ya sabe la respuesta, también nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Me amas de verdad? ¿Soy yo el primero en tu vida?” Estas preguntas las debemos recibir con alegría, porque no es que Jesús dude de nosotros; lo que desea es ayudarnos a decidirnos sin ninguna vacilación, de modo que el fuego de su amor comience a arder sin limitaciones en nuestro corazón.
¿Qué podemos hacer nosotros para demostrarle al Señor que lo amamos de todo corazón? Aparte de ser bondadosos y serviciales con otros semejantes, podemos recibirlo a él con alegría en la santa Comunión, para que nos haga más capaces de amar generosamente. Es cierto que todos cometemos errores porque no somos perfectos, pero el amor a Cristo puede ayudarnos a crecer en rectitud, de modo que nuestra vida llegue a ser un buen testimonio de la realidad de Dios.
“Jesucristo, Señor y Salvador mío, te amo con todo mi corazón; quiero servirte toda mi vida y ser un buen instrumento de tu amor para mis semejantes.”
Hechos 5, 27-32. 40-41
Salmo 30 (29), 2. 4-6. 11-13
Apocalipsis 5,11-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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