San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo
Sermón 38; Pl 57, 341s; CCL 23, 149s
El signo de salvación
El Señor, en su Pasión, asumió todos los errores que había cometido el género humano a fin de que, en lo porvenir, no hubiera nada que condujera al hombre al error. La cruz es, pues, un gran misterio, y si tratamos de comprenderla, el mundo será salvado por este signo. En efecto, cuando los marineros se lanzan a la mar, primero levanta el mástil y extienden la vela para que empiece a olear; así forman la cruz del Señor y, es cierto que, gracias a este signo del Señor llegan al puerto de la salvación y escapan a cualquier peligro de muerte. La vela suspendida del mástil es, en efecto, la imagen de este signo divino igual como Cristo ha sido levantado sobre la cruz. Y es por eso que, a causa de la confianza que viene de este misterio, esos hombres no se inquietan por las borrascas del viento y llegan al puerto deseado. De la misma manera, así como la Iglesia no puede permanecer en pie sin la cruz, así también una nave se debilita sin su mástil. Cierto que el diablo la atormenta y el viento ataca a la nave, pero cuando se levanta el signo de la cruz, la injusticia del diablo es rechazada, la borrasca cae inmediatamente…
Tampoco el que cultiva la tierra empieza su trabajo sin la señal de la cruz: uniendo los elementos de su arado imita la imagen de una cruz… También el cielo, con sus cuatro direcciones, está dispuesto como una imagen de este signo, el Oriente, el Occidente, el Sur y el Norte. La misma forma del hombre cuando levanta las manos, representa una cruz; sobre todo cuando oramos con las manos levantadas, a través de nuestro cuerpo proclamamos la Pasión del Señor… Es con este signo que Moisés, el Santo, venció en la guerra contra los Amalecitas: no con las armas, sino con las manos levantadas hacia Dios (Ex 17,11)…
Así pues, por este signo del Señor el mar se abre, la tierra se cultiva, el cielo se gobierna, los hombres se salvan. Y yo incluso afirmo que por este signo del Señor, las profundidades del reino de los muertos, se abren. Porque el hombre Jesús, el Señor, el que llevaba la verdadera cruz, ha sido sepultado en tierra, y la tierra que él mismo había profundamente.
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