Viernes Santo
He aquí el hombre. (Juan 19, 5).
Cuando Pilato pronunció estas palabras aquel primer Viernes Santo (que en realidad querían decir: “Miren al hombre”), estaba tratando de demostrar la inocencia de Jesús. Lo había procesado y no había encontrado en él nada que lo hiciera merecedor de la muerte, como exigía el Sanedrín. “Lo interrogué y lo mandé azotar por cualquier delito que hubiera cometido. ¡Miren, he hecho todo lo que tenía que hacer! Ahora, ¡no lo molesten más ni a él ni a mí!”
Pero eso no fue suficiente. La multitud, a punto de amotinarse, exigió que Jesús fuera condenado a muerte, y Pilato, conocido siempre como funcionario romano débil y de poca fuerza de voluntad, cedió. Dos mil años después, las palabras de Pilato siguen resonando, solo que ahora tienen un nuevo sentido profético. En este día, más que en ningún otro, Dios nos dice “He aquí el Hombre”, Jesús, malherido, azotado y coronado de espinas para que lo veamos como nuestro Salvador, nuestro Señor y nuestro Rey.
Así que ¡mira hoy al Hombre Jesús! He aquí el Varón de dolores, experimentado en el quebranto y en el sufrimiento, y ve en él a quien llevó todos tus pecados. Fija los ojos en él, la víctima inocente, y ve en él tu redención. Aprecia hasta qué extremos llegó Dios para rescatarte de la muerte; ve el amor de Cristo, un amor apasionado y dispuesto a soportar la cruz para tu salvación. Mira al Hombre, que aceptó esta suerte porque te ama.
Pero hay más. Al mirar a este Hombre, también estás contemplando la humanidad misma, porque estás viendo cómo se ve nuestro pecado, nuestra envidia, nuestro egoísmo; estás viendo una imagen desgarradora de lo mucho que nos ha arruinado el pecado. Así como el viajero que fue asaltado, golpeado y abandonado por muerto en el camino hasta que lo rescató el buen samaritano, Jesús está delante de ti presentándote una trágica imagen de lo muy necesitados que todos estamos sin él; te muestra cómo se vería el mundo sin él. Míralo y ve de todo lo que él nos ha salvado aunque no lo merecíamos. Luego alábalo, dale gracias, ríndele adoración y entrégale tu vida hoy, porque él se dio por entero para salvarte a ti.
“Señor mío, Jesucristo, te doy gracias y te pido que me ayudes a entender la salvación que ganaste para mí. Señor, quiero pertenecerte siempre a ti.”Isaías 52, 13—53, 12
Salmo 31(30), 2. 6. 12-13. 15-17. 25
Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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