lunes, 10 de abril de 2017

Evangelio según San Juan 12,1-11. 
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. 


RESONAR DE LA PALABRA

Freddy Ramírez, cmf
Queridos amigos y amigas:

Hoy, lunes santo, se nos propone en la Liturgia de la Palabra, el relato de la cena de Jesús en casa de los amigos de Betania, después de que Lázaro fue resucitado portentosamente. De hecho, desde hoy hasta el jueves, inclusive, el contexto de todos los evangelios se ubica en una mesa de banquete. En el mundo judío, el gesto de comer juntos es una expresión de comunión interhumana, e incluso, divina. En las comidas se establecían alianzas, se sellaban tratos, se fortalecían amistades. El motivo de la cena en la casa de Betania es celebrar la vida de Lázaro.
Mientras comían, María, tomó una libra de perfume de nardo puro muy valioso, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. El gesto femenino, cargado de agradecimiento, revela el gran aprecio que siente esta familia por Jesús. Festejan a Aquél que ha sido el consuelo de los pobres, de los enfermos y los afligidos del pueblo. Su ofrenda votiva se convierte, sin pretenderlo, en un servicio de amor al cuerpo de Jesús que en el calvario será martirizado cruelmente. El siervo de los pobres recibe, de manos de esta mujer, el tributo de un verdadero rey.
Sin embargo, este servicio fragante a la persona de Jesús, se ve contrastado por el cálculo egoísta de Judas, que piensa sólo en su bolsillo. Jesús nos llama a servir por amor a los demás, no por ansia de riqueza u honores efímeros. A los pobres los tendremos siempre en medio de nuestras comunidades, y a ellos debemos servirles siempre con la misma entrega de nuestro Maestro; no esperando nunca recompensas para figurar en sociedad.
María de Betania es figura de la Iglesia que sirve al Señor con su hospitalidad y acogida. Su gesto amoroso nos recuerda que constantemente debemos honrar a Dios con el buen aroma de las obras de la fe, y que debemos sanar los cuerpos heridos de los hermanos con el bálsamo de la misericordia. Para un cristiano servir al Señor presente realmente en los pobres es un imperativo de nuestra vocación, no un negocio que deba resolver nuestro estatus social ni nuestras finanzas personales; así lo propone Jesús: “Hagan el bien, y den prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos” (Lucas 6, 35). Permitamos que el amor divino se arraigue profundamente en nuestros corazones y sigamos con decisión al Siervo de los pobres en la hora de su pasión. Este es el tiempo oportuno.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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