Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer". Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás". Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces".
RESONAR DE LA PALABRA
Freddy Ramírez, cmf
Queridos amigos y amigas:
Hoy la liturgia de la Palabra nos ubica en la mesa de la última cena. Mientras comen y celebran la Pascua judía, Jesús, estremecido en lo más profundo, declara ante sus discípulos que uno de ellos lo entregará. El drama de la pasión sobreviene con fuerza en la vida del Maestro. Aquella comunidad de amigos, llamada por Él a ser la nueva familia de los hijos de Dios, padece amargamente la traición de parte de Judas.
En Jesús se cumplen trágicamente las palabras del Eclesiástico: “Hay amigo que se vuelve enemigo, y descubrirá la disputa que te ocasiona oprobio. Hay amigo que comparte tu mesa, y no persevera en el día de tu angustia. Cuando te vaya bien, será como otro tú, y con tus servidores hablará francamente; mas si estás humillado, estará contra ti, y huirá de tu presencia” (Eclo 6, 9-12). Las palabras y los signos de Jesús han provocado a las autoridades; su fuerza profética ante los poderes establecidos no ha pasado desapercibida, y el mal ha tocado a la puerta de sus mismos seguidores. Jesús no es inmune a esta realidad y lo afectará hasta llevarlo a la cruz.
En la mesa, que para los judíos es lugar donde se fortalecen las amistades y se hacen alianzas, se ha fraguado el futuro de Jesús. Pero a Él nadie le quita su vida, Él la entrega por amor a la humanidad. En la cruz brillará la luz del amor que supera todo egoísmo. Es en la cruz donde Jesús llevará a pleno cumplimiento la voluntad del Padre, revelando al mundo que es el amor el que salva y da vida plena.
En esta Semana Mayor somos invitados a dejarnos guiar, como Jesús, por el buen Espíritu. Se trata de conformar nuestra voluntad y nuestro propio yo al deseo de Dios, de romper con aquellos viejos esquemas de pecado que nos desgastan y abrirnos a la experiencia de la Pascua. Revisemos con sencillez y humildad nuestra conciencia en el desierto de la oración y pidamos perdón al Señor por nuestras traiciones. Este es el tiempo oportuno.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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