San León Magno (¿-c. 461), papa y doctor de la Iglesia
Sermón 3 sobre la Pasión, 4-5; PL 54, 320-321
“Soportó nuestros sufrimientos” (Is 53,4)
El Señor se revistió de nuestra debilidad para recubrir nuestra inconstancia con la firmeza de su fuerza. Vino del cielo a este mundo como un mercader rico y bienhechor y, por un admirable intercambio concluyó un negocio: tomando lo que era nuestro, nos concedió lo que era suyo; por lo que era nuestra vergüenza, dio su honor, por los dolores la curación, por la muerte la vida…
El santo apóstol Pedro fue el primero en hacer la experiencia de cuán provechosa ha sido para los creyentes esta humildad. Sacudido por la violenta tempestad de su turbación, volvió en sí por este brusco cambio, y recuperó su fuerza. Encontró el remedio en el ejemplo del Señor… En efecto, el siervo “no podía ser mayor que su señor, ni el discípulo que su maestro” (Mt 10,24), y no hubiera podido vencer el estremecimiento de la fragilidad humana si el vencedor de la muerte no se hubiera estremecido primero. El Señor, pues, miró a Pedro (Lc 22,61); ante las calumnias de los sacerdotes, las mentiras de los testimonios, las injurias de los que le golpeaban y abofeteaban, encontró a su discípulo sacudido con la misma mirada que anteriormente había visto su turbación. La Verdad lo penetró con su mirada, justo allí donde su corazón tenía necesidad de curación. Fue como si la voz del Señor se hubiera hecho oír para decirle: “¿Dónde vas, Pedro? ¿Por qué te retraes dentro de ti mismo? Vuelve a mí, confía en mí y sígueme. Ahora es el tiempo de mi Pasión, la hora de tu suplicio no ha llegado todavía. ¿Por qué temer ahora? También tú superarás la prueba. No dejes que te desconcierte la debilidad que he tomado sobre mí. Es por lo que yo he tomado de ti que he temblado, pero tú, a causa de lo que tú tienes de mi, no tengas miedo.
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