viernes, 7 de abril de 2017

La Iglesia primitiva fue carismática


La Iglesia primitiva fue carismática
Alejandro Diez Macho, M. S.C.

Después del destierro cesó la profecía en Israel; únicamente quedó el "eco de la profecía" y se esperaba con ansia la llegada del Mesías para que de nuevo la profecía y sus fenómenos concomitantes se derramasen sobre todo el pueblo mesiánico, no sólo sobre algunos privilegiados. Lo había profetizado Joel 3. Efectivamente, el día de Pentecostés, fiesta de la "clausura" de la Pascua, los judíos celebraban la donación de la Ley en el Sinaí y la constitución de la Alianza o Antiguo Testamento. Lo celebraban particularmente las clases sacerdotales y los esenios. Pero era una fiesta de carácter nacional, y por eso se llenaba Jerusalén de peregrinos llegados de la diáspora.

“Espíritu de Jesús”
Ese día de fiesta fue el escogido por el Señor para enviar al Espíritu Santo que había prometido.
Espíritu Santo significa para el judaísmo sobre todo espíritu de profecía, y este sentido tiene muchas veces en el Nuevo Testamento. Pero para los cristianos significó, además, todos los dones comunicados por Dios e incluso lo que llamamos el Espíritu Santo con mayúsculas, es decir la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús ascendió al cielo, es decir, cesó de comunicar su presencia visible a los cristianos, para enviar al Espíritu Santo. Hasta el siglo IV, la fiesta de la Ascensión se celebró junto con la fiesta de Pentecostés, con lo que se subrayaba una finalidad importante de la Ascensión del Señor, o sea, el envío del Espíritu Santo, también llamado en el Nuevo Testamento "Espíritu de Jesús”.
Vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés judío, y se comunicó con tal abundancia y extensión que Pedro, en su primera alocución a los judíos en tal fiesta tomó como texto la famosa profecía de Joel, en la que se profetizaba la donación del Espíritu de Dios a todo el pueblo mesiánico. Desde ese día, también fundacional de la Nueva Alianza o Nuevo Testamento, los dones del Espíritu Santo se comunicaron a todo el pueblo cristiano, no solamente a algunos individuos, particularmente agraciadoscon el don de profecía.

El sugestivo tema de los carismas
La Iglesia cristiana comenzó así a ser carismática. Los dones que acompañan a la recepción del Espíritu Santo se llaman carismas (jarismata en griego) cuya definición es dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad.
Ésa es la diferencia básica respecto a los seis dones (en la Vulgata son siete, pues se añade el don de la piedad), que recibirá el Germen de David, el Mesías, y tras él, los cristianos. Dones que menciona Is 11, 2: don de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de fortaleza, de temor de Dios. Estos dones se ordenan a la santificación del cristiano que los recibe. Son -dicen los teólogos- unos hábitos que acompañan al Espíritu Santo en el alma, a la gracia santificante, y que la habilitan para
seguir las mociones del Espíritu aun en situaciones o circunstancias difíciles. Estos dones exigen la gracia santificante; los carismas, por sí mismos no la exigen. Por ejemplo, Caifás profetizó que convenía que muriese un hombre para salvar al pueblo, y Balaam pronunció, en contra de su voluntad, verdaderas profecías. Tanto Caifás corno Balaam son prototipos de personajes perversos.
No todas las comunidades cristianas primitivas recibieron en la misma medida los carismas, que aparecían preferentemente en las asambleas litúrgicas comunitarias. La comunidad más carismática fue la de Corinto.

Corinto, la comunidad carismática

Pablo habla de los carismas, sobre todo en el cap. 12 de la Primera Carta a los Corintios, y hace la valoración de uno de ellos, el de lenguas -muy apreciado por aquella comunidad- en el capítulo 14.
La comunidad de Corinto era "rica en toda cosa, en toda palabra y conocimiento" (1, 5); "no le falta ningún carisma" (1, 7). Era la comunidad carismática por excelencia.
La Primera Carta a los Corintios es polémica. Pablo se enfrenta, parece, a los cristianos gnósticos de la comunidad, que se creían "perfectos" precisamente por la"gnosis", por el "conocimiento" de los misterios divinos y por el "éxtasis". En consecuencia se consideraban llegados a la perfecta libertad cristiana, permitiéndose atentados contra la ética y desatenciones con otros cristianos débiles, cosas que Pablo no podía tolerar.
De entrada, Pablo recuerda a los corintios, en gran parte cristianos procedentes de la gentilidad, que, cuando eran paganos, el "éxtasis" los sacaba fuera de sí, de su libre albedrío, en el culto de los "dioses mudos". También en el culto cristiano de Corinto ocurrían fenómenos extáticos, extraños. ¿Producidos por poderes demoníacos o por el Espíritu Santo? La comunidad necesitaba un criterio para discernir la acción demoníaca de la acción del Espíritu. Y Pablo lo proporciona: un cristiano verdadero no puede decir "maldito sea Jesús", como quizá -es la opinión de Smithals- algunos gnósticos cristianos decían refiriéndose a "Jesús" en cuanto hombre, pues, según ellos, Jesús-hombre nada tenía que ver con Cristo y, por tanto, con el Espíritu Santo. Por eso se atreverían a maldecir de
Jesús-hombre esos gnósticos que profesaban que Cristo no había venido en carne. Eran los mismos que rechazaban la resurrección corporal de los muertos, precisamente por ser corporal; los que decían que la resurrección es puramente espiritual, y que había acontecido ya. Tales gnósticos -viene a decirnos Pablo-, a pesar de su ciencia y de sus manifestaciones extáticas, no tienen el Espíritu Santo.

Las “cosas del Espíritu“

En cambio, los cristianos que confiesan que "Jesús es el Señor", el Kyrios, que admiran su encarnación, muerte y resurrección, éstos sí que tienen el Espíritu Santo. Esa confesión, ese credo rudimentario, que fue uno de los primeros credos de la Iglesia primitiva, no puede profesarse sin el Espíritu Santo.
Los de Corinto consultaron a Pablo acerca de las "cosas del Espíritu". De ellas habla 1Co 12-14.
Pablo dice que los dones del Espíritu son muchos, y que todos proceden del Espíritu Santo. La fuente de esos dones espirituales es única, Dios uno y trino; la distribución (¿o variedad?) de los carismas se atribuye al Espíritu Santo; la de los servicios o ministerios a la comunidad, al Señor Jesucristo; la de actividades (sinónimo de jarismata en 1Co 12, 9.10), a Dios Padre, quien es el que "obra todo en todos".
Esta formulación ternaria, frecuente en el apóstol, es una manera de hacer intervenir en los dones, en los carismas del Espíritu Santo, a las tres personas divinas; pero no pretende acotar el campo de cada Persona, como si cada una solamente interviniera en una clase de carismas.
Lo que Pablo enseña es esto: carismas, servicios (o ministerios) y operaciones, todo procede del Padre a través de Jesús, quien lo otorga por medio del Espíritu Santo, también llamado Espíritu de Jesús. Por eso en 1Co 12,6 se dice que "Dios (el Padre) obra en todos". Y en 12,11 que "todas estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu repartiendo a cada uno según quiere".

Cada cristiano, un carisma
Los carismas son dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad (12,7). Este es, según Pablo, el criterio para saber qué don del Espíritu merece el nombre de carisma, y para valorar la mayor o menor importancia del don: el servicio de la comunidad, el mayor o menor servicio de la misma. No olvidemos que cada cristiano tiene una "manifestación del Espíritu", un carisma (1Co 12,71 l).
A uno se le da el lenguaje de sabiduría; a otro, el lenguaje de ciencia. ¿En qué se distinguen estos dos carismas? ¿Se diferencian de verdad o son dos maneras de expresar el mismo don? No se puede responder con certeza. Se trata de uno o dos carismas de conocimiento y, por tanto, muy apreciados por los corintios, particularmente por sus gnósticos, que ponían la perfección en la "gnosis", en la "sabiduría". Pablo tenía este carisma y hablaba, sirviéndose de él, a los "perfectos” (1Co 2,6), a los cristianos del espíritu, a los que realmente tenían este don. Un don que consistía en un conocimiento
de las "profundidades" de Dios (1Co 2,10), de su misterioso plan salvífico.
Otros cristianos están dotados del carisma de la fe. La palabra "fe" no significa aquí, al parecer, simplemente la fe teologal más desarrollada, sino una fe capaz de trasladar montañas, es decir, e don de hacer milagros, de hacer “imposibles”, que eso significa la expresión hebrea "trasladar montañas".
Sigue el don de curaciones de enfermedades, el don de "obras" milagrosas, tal vez exorcismos, y el carisma de la profecía.
¿Qué es el carisma de profecía? Es el don de predicar la penitencia y el juicio como los antiguos profetas, la penitencia y el juicio escatológico, o sea, profecía concerniente al presente de la comunidad o de sus miembros, y también el futuro. En 1Co 14, 3, Pablo detalla funciones de la profecía: "El que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación." Según 1Co 14, 24-25, el profeta descubre los secretos del hombre, lo pone de manifiesto y así lo convierte.
Sigue ensanchándose la lista de los carismas: la discreción de espíritus. Es la capacidad de discernir si el carismático habla en nombre del Espíritu Santo o movido por el mal espíritu. En el capítulo 14 San Pablo dice: "Si uno profetiza, los otros 'disciernan': o todo el grupo carismático o el que tenga el carisma de discernimiento" (14,29).
Termina la enumeración con el carisma de hablar variedad de lenguas y de interpretarlas. El don de las lenguas era el más estimado por los cristianos de Corinto, pero Pablo lo relega de intención al último lugar. Su valoración la reserva para el capítulo 14. La variedad de lenguas hace referencia a la plural manifestación de este fenómeno. Una variedad es la lengua de los ángeles; en las religiones helenísticas se creía que los ángeles se dirigían a la divinidad en una lengua especial.
La conclusión de Pablo tras la enumeración de los carismas es que "todas estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu, que reparte en particular a cada uno según El quiere".

Como entre paréntesis
El don de lenguas consistía, y consiste en el movimiento carismático contemporáneo, en orar mediante sonidos inarticulados o articulados, en sílabas o palabras normalmente ininteligibles y sin significado aun para el que las profiere, pues no son palabras de lenguas conocidas, vivas o muertas.
Parece que en contados casos el habla corresponde a alguna lengua existente, del presente o del pasado, pero desconocida para el glosólalo.
Lo corriente es que sea a modo oración, pero puede ocurrir que tal lenguaje sea portador de un mensaje para la comunidad. Entonces precisa de interpretación. El fenómeno de hablar lenguas ha existido en religiones no cristianas. Hay constancia de que se hablaban lenguas no conocidas en religiones paganas de Mesopotamia casi dos mil años antes Cristo. Se hablaron en Fenicia, Cana entre los Hititas, en Egipto, en las religiones mistéricas del tiempo de Pablo.
El que sea, o pueda ser un fenómeno natural, no quiere decir que el Espíritu Santo no pueda valerse de él y convertirlo en carisma auténtico, a beneficio del que lo recibe o de la comunidad.

Cuerpo místico
Pablo pasa seguidamente a exponer la doctrina del cuerpo místico de Cristo, alegoría conocida por el apólogo de Menenio Agripa y porque fue usada frecuentemente  en la antigüedad para describir las relaciones del cuerpo social.
Pablo pretende subrayar que cristianos forman un cuerpo, una unidad, dentro de la cual hay variedad funciones, y que el funcionamiento de ese cuerpo depende del cumplimiento de la función de cada miembro. Nadie pretenda, pues, acaparar todos los carismas, nadie tenga el suyo en poca consideración.
En la Iglesia -sigue Pablo aplicando la alegoría del cuerpo místico- Dios ha puesto en primer lugar a unos como apóstoles; en segundo lugar los profetas, en tercer lugar los doctores. Este es un grupo de privilegiados, nombrados por orden, un grupo especial de carismáticos. En Ef 4,11 se vuelve a nombrar el grupo, aumentado: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Hay quien cree que profetas, doctores y evangelistas eran misioneros peregrinantes de comunidad a comunidad. Esto no excluye que algunos estuvieran incardinados en una comunidad.
Hemos considerado la función de los profetas. Los maestros y doctores eran los "transmisores e intérpretes de la tradición de Cristo, los que enseñaban los mandamientos y artículos de la fe” (H. Fr. von Campenhausen); además, los que cuidaban de la catequesis de los neófitos (Althaus). Pablo era, en una pieza, apóstol, profeta y maestro, amén de hablar lenguas, de haber tenido éxtasis y revelaciones.
Tras esta tríada de carismáticos, Pablo empalma una nueva lista detallando otros carismas, sin orden ni jerarquía. Sin embargo, vuelve a poner en la cola el carisma de hablar lenguas. Observamos que Pablo pone entre los carismas las "obras de ayuda" al prójimo y el "gobierno" de la comunidad.

La caridad

Pablo intercala en el capítulo 13 una página maravillosa acerca de la caridad, que no es un carisma, pero que está en la base y sobre todos los carismas, y es el camino más excelente, el modo de comportarse más perfecto, al que los carismas se ordenan como los medios al fin.
En este capítulo 13 vuelven a aparecer los carismas para parangonar los a la caridad; para decir que los carismas no son nada, que no aprovechan nada sin la caridad.
Empieza Pablo dicha contraposición por los carismas del lenguaje:” Si hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como bronce que suena y címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada."
Establecido en el capítulo 13 que la caridad está por encima de todos los carismas y que su relación con la caridad les da a éstos mayor o menor valor, Pablo pasa, en el capítulo 14, a establecer el orden de importancia de dos carismas: profecía y don de lenguas.
Entre líneas se lee que los corintos preferían el don de lenguas a la profecía, es decir, que preferían lo extático, lo incomprensible, lo que les parecía obra superior del Espíritu. La profecía, ofrecida en palabras asequibles, les parecía carisma inferior.
El apóstol mantiene todo lo contrario: al que reza en lenguas le entiende Dios, pero no los hombres; por lo mismo, no edifica a la comunidad, a menos que él u otro reciba el don de interpretar tal glosolalía y así la comunidad se enriquezca con su mensaje. La profecía, por el contrario, habla a la comunidad palabras de edificación, de exhortación, de consolación. Más tarde, en el versículo 24, Pablo atribuye también a la profecía el desenmascarar el interior, manifestar lo que es propio del hombre.
No es que Pablo, con esto, se oponga al carisma de lenguas; al contrario, desearía -así dice- que todos hablasen lenguas. Lo que enseña es que la profecía es carisma superior, a menos que el glosólalo, él mismo u otro, interprete, y así edifique a la comunidad. Esto supone que puede hablar en lenguas y al mismo tiempo recibir el carisma de la interpretación. Estos dos carismas -glosalía e interpretación-, en todo caso, figuran como dones otorgados a personas distintas.
Hablar en lenguas sin interpretación no aporta edificación. “¿Qué provecho -continúa el apóstol- representaría que yo os empezase a hablar en lenguas, si no os aportara alguna revelación, conocimiento, profecía o enseñanza?". Pablo prefiere hablar en la comunidad cinco palabras con seso, dando instrucción a los demás, que diez mil palabras en lenguas (14,59).
Hablar en lenguas no es carisma apto para convertir a incrédulos; éstos tacharán el glosólalo de loco. Es únicamente para creyentes. Lo que convence y convierte a los incrédulos es la profecía, pues sondea y descubre su interior y los hace confesar al Señor.

La asamblea

Finalmente, Pablo, después de evaluar profecía y lenguas, establece normas prácticas para el uso de los carismas en las asambleas comunitarias. Supone Pablo que todos los participantes en la asamblea comunitaria tienen algo que aportar. Cada uno aporta algo: un salmo, una enseñanza, una revelación, una lengua, una interpretación. El apóstol permite hablar en lenguas a dos o tres, con tal de que siga interpretación y que no hablen a la vez, sino uno tras otro. Lo mismo a los profetas: dos o tres, y que los demás dictaminen si la profecía es de Dios o del enemigo. Si entretanto surge una revelación, que calle el profeta, pues puede controlar su profecía, y dé paso a esa revelación. Todo debe proceder en paz y en orden, pues Dios es "Dios de paz”.

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