viernes, 16 de junio de 2017

El interior del hombre se transforma sólo con la Gracia



Esforcémonos en desaparecer nuestro egoísmo y amor propio. Seamos humildes.

El Beato Agustín escribe en alguna parte que las meditaciones le preocupaban y se enzarzaba en discusiones. Vemos que discutían “el hombre viejo” con “el hombre nuevo”, el hombre en Cristo. Discutían. A mí no me gusta discutir con “el hombre viejo”. Es decir, me toma del hábito por la espalda, pero inmediatamente extiendo mis manos a Cristo y lo desprecio con la divina Gracia, y dejo de pensar en él. Tal como un bebé extiende sus manos para que la madre lo tome en sus brazos. Es un misterio. No sé si es posible entender su sutileza.

Cuando te esfuerzas en huir, sin la Gracia, del hombre viejo, lo revives. Con la Gracia, sin embargo, esto deja de preocuparte. Existe en lo profundo. Todo permanece en nuestro interior, incluso las cosas desagradables no se pierden. No obstante, con la Gracia, se transforman. ¿Acaso no dice la oración de la Hora Novena, “para que, renunciando al hombre viejo, nos revistamos del nuevo y vivamos en Ti, Soberano nuestro”?

Cristo quiere que nos unamos a Él y espera afuera de la puerta de nuestra corazón. De nosotros depende recibir la Gracia divina. Sólo ella puede transformarnos. Nosotros, solos, no podemos hacer nada. La Gracia nos dará todo. Esforcémonos en desaparecer nuestro egoísmo y amor propio. Seamos humildes. Entreguémonos a Dios, y todo lo que se nos opone, física y espiritualmente, desaparecerá.

(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 250-251)
Foto: Oana Nechifor

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