sábado, 22 de julio de 2017

Meditación: Juan 20, 1-2. 11-18


Santa María Magdalena

María Magdalena había tenido un pasado tormentoso y Jesús la había librado de siete demonios (Marcos 16, 9). La gratitud que ella sentía floreció en un amor profundo y generoso hacia él, amor que también la motivó a servirle fielmente. Estuvo presente durante toda la crucifixión y sepultura de Cristo y volvió a la tumba para ungir su cuerpo. Venía a ver a Jesús, su Salvador, Médico y Maestro.

Más tarde, cuando fue a preparar el cuerpo del Señor para su sepultura, permaneció junto a la tumba llorando por el dolor de haber perdido a quien había venido a significar tanto para ella. Se sentía confundida, temerosa y solitaria. Finalmente, la perseverancia con que buscaba a Jesús fue recompensada en forma admirable: ¡Tuvo el privilegio de ver al Señor resucitado y escuchar esa voz que tanto conocía y amaba!

Cuando Jesús la llamó por su nombre, todo su ser cambió. De inmediato desaparecieron el miedo, la soledad, la tristeza y la confusión, y se llenó de un júbilo inexpresable. ¡María había presenciado no solo la muerte de su Maestro, sino también su resurrección!

Dios le dio a María el privilegio de ser la primera evangelizadora, la primera en proclamar la resurrección de Cristo. En cierto modo, actuó como apóstol de los apóstoles, título que aún conserva la tradición bizantina. Por su fidelidad a Jesús, María fue liberada del pecado y habilitada por el Espíritu Santo para llegar a ser sierva de Cristo. El amor de Jesús la hacía actuar, porque ella estaba convencida de que él había muerto para que ella viviera.

Posteriormente, habiendo visto a su Señor resucitado, María jamás necesitaría preguntar adónde se había ido; sabía que había ascendido al Padre, como él mismo se lo había anunciado y había enviado al Espíritu Santo para habitar en ella y en todos los que creyeran.

Gracias al Espíritu, ella recibió la seguridad de que Jesús nunca la abandonaría, y que estaría con ella siempre para ayudarla, consolarla y alentarla. Este es el Evangelio que María anunció, y es también el legado nuestro. ¡Aceptémoslo de todo corazón!
“Padre celestial, deseamos escuchar la voz de Jesús y recibir de él la seguridad de que está resucitado. Por la acción de tu Espíritu Santo, concédenos conocer el amor y el perdón de Cristo. Ayúdanos, Señor, a servir a Jesús con amor y hacer todo lo que él nos pida.”
Cantares 3, 1-4 (o 2 Corintios 5, 14-17)
Salmo 63 (62), 1-11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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