San Camilo de Lelis, presbítero
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! (Mateo 11, 21)
En este pasaje, Jesús se lamenta por la actitud de aquellas ciudades a las que él había tratado con tanto afecto, haciendo milagros y prodigios en ellas. ¿Por qué, en lugar de convertirse y volver su mirada agradecida a Dios, seguían como si nada hubiera sucedido? ¿Por qué nos resulta tan fácil recriminar y exigir nuestros derechos y somos tan perezosos a la hora de dar las gracias?
En una alocución pronunciada el 23 de septiembre de 2011, el Papa Emérito Benedicto XVI dijo lo siguiente a propósito del Evangelio de hoy: “En la práctica, casi todos pensamos que Dios, por ser tan generoso, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas.
“Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia de religiosidad?
“Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de él, el amor al prójimo, a las creaturas de Dios, a los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es algo insignificante. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida.”
Qué lástima que, como nos decía Benedicto XVI, la condición de la sociedad sigue siendo de una sordera generalizada a las enseñanzas y advertencias de Dios. Pero ahí es donde hace falta la intervención de los católicos laicos. Nosotros, tú y yo, tenemos que influir en el trabajo, la escuela, la oficina y la comunidad para que así como se toman en cuenta las opiniones de los “expertos”, también se tome en cuenta la verdad de la Palabra de Dios.
“Espíritu Santo, ayúdame a reconocer que no siempre hago caso ni pongo en práctica la sabiduría de tu Palabra. Perdóname, Señor, y dame tu fortaleza no sólo para actuar conforme a ella sino defenderla en mis relaciones personales.”Éxodo 2, 1-15
Salmo 69(68), 3. 14. 30-31. 33-34
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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