La oración es, en realidad, una obra de misericordia espiritual, que quiere llevarlo todo al corazón de Dios. Toma tú, que eres padre: y seria así, para hacerlo simple. La oración es decir: “pero, toma tú, que eres padre, tu eres padre. Míranos, tú, que eres padre”. Es esta la relación con el padre. La oración es así. Es un don de fe y de amor, una intercesión tan necesaria como el pan. En una palabra, significa confiar; es decir, confiar a la Iglesia, confiar a las personas, confiar las situaciones al Padre: “yo te encomiendo esto”, para que las cuide. Por ello, la oración, como amaba decir el Padre Pío, es «la mejor arma que tenemos, una llave que abre el corazón de Dios». Una llave que abre el corazón de Dios: es una llave fácil. El corazón de Dios no está blindado con tantas medidas de seguridad. Tú puedes abrirlo con una llave común, con la oración. Porque tiene un corazón de amor, un corazón de padre. Es la fuerza más grande de la Iglesia, que nunca debemos dejar, porque la Iglesia da frutos si hace como la Virgen y los Apóstoles, que «perseveraban unidos en la oración» (Hch 1,14), cuando esperaban el Espíritu Santo. Perseverantes y firmes en la oración. De lo contrario, se corre el riesgo de apoyarse donde sea: en los medios, el dinero, el poder; y luego la evangelización desvanece y la alegría se apaga y el corazón se hace aburrido. ¿Ustedes quieren tener un corazón aburrido? ¿No? ¿Quieren tener un corazón gozoso? ¡Sí! Recen: esta es la receta.
Papa Francisco
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