Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...' En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!".
RESONAR DE LA PALABRA
Juan Lozano, cmf
Querido amigo/a:
No sólo la cultura, también el cristianismo necesita volver a su raíz. Se impone buscar con radicalidad la vivencia de la auténtica experiencia cristiana y lo que ello significa. Es indispensable vivir la experiencia que auguraba la profecía del teólogo Karl Rahner: “el cristiano del futuro será místico, es decir tendrá experiencia personal de Dios, o no será cristiano”. Pero también es necesaria una búsqueda común, compartida, eclesial, no sólo individual de Jesucristo. ¿Dónde estás Señor? Una búsqueda que se vuelva a plantear el significado básico de la fe en Dios, en cuanto al acto de creer y en cuanto al contenido de esta fe, y cómo estos afectan con radicalidad al conjunto de la persona. Esta tarea no debe hacerse al margen del mundo, con lenguajes y parámetros desvinculados de la cultura actual.
Para ello, dos advertencias de Jesús en el evangelio de hoy:
La primera es clara y tajante: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Podemos acostumbrarnos a fórmulas y clichés rutinarios que practicamos muy bien pero que no acercan nuestro corazón al Dios de Jesucristo. La afirmación que hace Jesús no pretende fastidiarnos, sino ponernos en guardia de la tentación de creernos convertidos del todo y la consecuente pereza de dejar de buscarle, de dormirnos. Toda la vida creyente es una continua búsqueda y crecimiento sin descanso.
Para evitar caer en la segunda advertencia de Jesús: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”, necesitamos revisar aquellas actitudes que nos impiden ser los primeros buscadores de Dios. La Iglesia no posee a Dios, es Dios quien la posee. Despojarse de las tradiciones que no llevan a Dios requerirá gran libertad de espíritu y creatividad y no tendrá éxito si como Iglesia nos anclamos en lenguajes caducos que no motivan a buscar al Señor. Se necesitan nuevos lenguajes de Dios que estén más vinculados a la experiencia, más pegados a la vida, más narrativos e imaginativos…, lenguajes que despierten el deseo de Dios. Es necesario modificar la imagen de un Dios inerte y desvinculado de su creación y de sus criaturas para acabar con el “eclipse” que impide hoy a muchos hombres y mujeres ver a Dios. Que ningún aferramiento obcecado nos impida verle. Contrastar nuestra vida con el Evangelio nos refresca continuamente. Renovarse o morir.
Tu hermano en la fe.
Juan Lozano, cmf.
Comentario publicado en Ciudad Redonda.
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