Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
RESONAR DE LA PALABRA
Carlos Latorre, cmf
¡Buenos días, amigos!
El profeta Isaías habla de una ciudad fuerte en la que sus habitantes se sienten protegidos ante los enemigos. Todos necesitamos ánimo e ilusión en el seguimiento del Señor. La gente no espera milagros cada día, pero sí espera razones para vivir y confiar en Dios. “Dad gracias al Señor porque es bueno, nos dice el salmo, porque es eterna su misericordia”.
En el evangelio de hoy leemos: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca”. Es una comparación preciosa para entender el valor de la familia. El Señor habla de “casa”, pero piensa en los que están dentro, en el papá, la mamá, los hijos… Uno de los dones del Espíritu Santo se llama justamente el “don de fortaleza”. Son los padres quienes más lo necesitan para saber criar y guiar a sus hijos por el camino del bien. Hace falta mucho acierto para ganarse la confianza de los hijos y, al mismo tiempo, no claudicar ante sus caprichos o sus errores, sobre todo en la formación espiritual. La fábula que os presento a continuación nos describe con claridad la misión de los padres. Se titula “La yegua y el potrillo”.
Cuentan que una madre tenía dos hijos. Siendo muy niños aún, murió el padre. La mamá trató de darles una buena educación, sobre todo religiosa. Pero al dejar el Colegio e ingresar a la universidad, algunos profesores influyeron mucho en ellos y los dos muchachos cayeron en sus redes ideológicas y abandonaron la fe.
La pobre madre se sintió defraudada y se preguntó qué había hecho mal. ¿Por qué sus hijos vivían sin Dios? Hasta llegó a cuestionarse ella misma. ¿No sería que la fe que les dio no era la verdadera y ellos tenían razón?
Un día fue a consultar con un Sacerdote que vivía en un pueblo del interior del país. Este escuchó con mucha atención su caso y luego le hizo asomarse a la ventana:
-¿Qué ve, señora?
- Veo una yegua atada a un árbol y un potrillo suelto que salta muy alegre, va y viene, se aleja y regresa junto a su mamá.
- ¡Exacto!, dijo el Sacerdote. El potrillo anda suelto, pero la yegua está atada. Él se va, pero luego regresa. Si también la yegua estuviera suelta posiblemente el potrillo no tendría el punto de referencia para regresar; estando los dos sueltos la madre y el hijo se alejarían para no volver a encontrarse nunca más... Igual le sucede a Usted: sus hijos se han soltado, hasta se han alejado de Dios. Pero Usted debe seguir firme en su fe. Así, aunque los hijos se vayan, podrán regresar porque siempre tendrán un punto de referencia en su mamá.
Decía muy convencida la mamá: “Si Dios no ocupa el centro de nuestro hogar, nuestra familia se derrumba”.
Tu hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero claretiano
Fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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