lunes, 5 de diciembre de 2016

Meditación: Lucas 5, 17-26


A veces pareciera que la fe se nos ha quedado congelada y no sabemos qué hacer.

No logramos percibir la acción del Espíritu Santo ni la amorosa presencia de Dios. No sabiendo qué hacer, nos quedamos esperando que algo suceda que nos reanime y nos lleve junto a Jesús.

En la lectura del Evangelio de hoy vemos a alguien que se encuentra en la situación opuesta. El paralítico no podía moverse, pero él y sus amigos tenían una fe bien viva y activa. Su fe era de hecho tan dinámica que les movió a tomar medidas drásticas para trasladar a su amigo por las calles de Cafarnaúm hasta llegar a la casa donde estaba Jesús.

Aquella fe también les ayudó a superar la timidez que tal vez sintieron al ver que tendrían que abrirse paso a través de un grupo grande de fariseos y maestros que habían venido de todas partes para escuchar a Jesús.

Pero más importante que eso, sin embargo, fue que su fe no les dejó desalentarse ni desistir de su empeño cuando vieron que no había lugar para nadie más en la casa. Más bien, la fe les inspiró a buscar una solución extrema: subir a su amigo a la azotea y descolgarlo justo delante de Jesús. ¡Así lo hicieron, porque así actúa la fe!

Este paralítico y sus amigos nos enseñan que la fe no es pasiva. ¡Todo lo contrario! Hay una enorme diferencia entre la fe intelectual, que se limita a profesar las verdades del Credo, y la fe que nos empuja a realizar actos de confianza, incluso más allá de lo que dictaría el sentido común, aun cuando no sintamos nada. Estas son precisamente las ocasiones en que el Señor puede actuar más libremente.

Actualmente, el Espíritu Santo está renovando el don de sanación en la Iglesia. Están surgiendo tanto sacerdotes como laicos que rezan con personas enfermas y se están viendo verdaderas curaciones milagrosas como fruto de estas oraciones. Por eso, el Señor quiere aumentar nuestra fe, quiere que recemos por los enfermos y por la conversión de quienes han perdido su fe.

Quiera el Señor que todos tengamos la valentía de decir a los enfermos: “¡Levántate y anda!” Y, naturalmente, podemos rezar por la “curación” espiritual de nuestros familiares y amigos incrédulos, para que finalmente reciban el toque sanador e iluminador del Espíritu Santo y decidan entregarse de corazón al Señor.
“Padre amado, creo en ti y pongo toda mi esperanza en ti. Estoy dispuesto a ser instrumento tuyo, Señor, para que tú actúes por intermedio mío.”
Isaías 35, 1-10
Salmo 85(84), 9-14

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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