Reconcíliate con Dios
Reconcíliate con Dios y no dejes que la falta de fe te separe de Dios.
Las dificultades son solamente obstáculos a superar
Nosotros, que queremos encontrar un sentido para nuestras vidas, un alivio para el corazón, incluso de los muchos pecados que cargamos, tenemos solamente una orden: “Reconcíliate con Dios”. Entreguemos al Señor nuestras súplicas y nuestros agradecimientos.
Necesitamos estar reconciliados con Dios, pues Él es la única salida para nuestra vida, es la dirección que necesitamos y el camino para la verdadera felicidad, que va a acontecer a medida que estemos reconciliados con Él por la fe. Por eso hay que pedir al Señor que saque de nuestro corazón la duda y la indecisión, para colocar en su lugar la fe, porque a través de ella podremos vencer. Este nuevo año que iniciaremos dentro de poco será para nosotros también de victoria.
En Números 13,30-33, la Palabra nos muestra que pensamos que nuestros pecados interrumpen nuestra comunión con Dios, que, por causa de nuestros errores, Dios no nos va a escuchar. Sin embargo, no existe ningún santo que no tenga pecado. Con excepción de la Virgen María, todos se equivocaron, pecaron y estaban perdidos, pero se dirigieron a Dios. Para el pecado existe un remedio, existe el perdón, la misericordia. El Señor sabe de nuestras limitaciones, de nuestros pecados y fallas.
Nuestros pecados son realmente una limitación, pero no generan en nosotros una ruptura, pues existe la misericordia de Dios. Hay solamente una cosa que, cuando la dejamos entrar en nuestro corazón, nos impide, incluso, recurrir a Dios y pedir perdón por nuestros pecados: la falta de fe, la falta de fe es más grave que nuestro propio pecado.
Cuando no confiamos en Dios, rompemos nuestra relación con Él.
Dejamos de reconciliarnos con el Señor cuando dejamos de creer en su misericordia, en su perdón, en el amor y en las nuevas oportunidades que Él da. Eso es tan serio que nos deja amarrados y no nos permite alcanzar la gracia de Dios.
En la Teología se usa la expresión “amarrado” para un pecado que no nos deja ejercer los sacramentos que Dios nos da como gracia. Así, es el ejemplo de un Sacerdote que es ordenado en estado de pecado grave. En las Misas que celebra, las gracias vienen normalmente sobre las personas que están participando, pero ese Sacerdote no goza de las gracias de Dios. Esos ejemplos no tornan los sacramentos inválidos, pero, a partir del momento de la confesión y de la reconciliación con Dios, la teología dice que la persona resurge, revive y, en aquel momento, la gracia vuelve.
Solamente un sacramento queda ligado con el pecado mortal: nuestro bautismo. Ningún pecado nos separa de las gracias del bautismo. Solamente la falta de fe puede quebrar las promesas de Dios en nuestro bautismo.
La falta de fe nos impide vernos como hijos amados de Dios.
Existe, en el cielo y de parte de Dios, la voluntad de nuestra salvación, la voluntad de concedernos bendiciones, pero necesitamos reconciliarnos con Él, dándole la fe que merece, creyendo en su amor y en su misericordia, confiando que Él nos quiere bien y nos perdona.
En esa Palabra, en Números, Dios había prometido a su pueblo la Tierra Prometida, pero, cuando llegaron allí, la encontraron ocupada, porque, cuando vamos a hacer la voluntad de Dios, siempre hay obstáculos. Así, Moisés mandó a un grupo a hacer un reconocimiento de la tierra. Vieron la misma cosa, pero su opinión estaba dividida.
Unos creían que podrían conquistar la tierra; otros pensaban que no podrían enfrentar a aquel pueblo, pues parecían enormes y más fuertes.
Aquel grupo vio lo mismo, pero sus historias no coincidían, pues la diferencia no estaba en la situación, sino en las personas que la enfrentaban. Nosotros también enfrentamos, en este año, muchos problemas, pero no fuimos solamente nosotros; generalmente, los problemas y las dificultades, son parecidas, si no son iguales. La situación no cambia, o cambia muy poco, lo que difiere es quien la enfrenta. Esa palabra nos muestra el retrato de una persona sin fe y sin confianza en Dios ante un problema.
Cuando no tenemos confianza en Dios, eso nos impide recibir las promesas de él. Cuántas gracias dejamos de recibir de Dios, no por la falta de voluntad del Señor, sino por no colocar la mínima condición para que esa gracia se derrame: la fe. Cuando una persona no tiene confianza en Dios, es incapaz de usar su percepción, sus talentos y los dones que recibió de Dios.
Aquellos hombres que hicieron el reconocimiento de la Tierra Prometida entraron a la historia como personas pesimistas y cobardes. No debemos ser así. Ellos tuvieron la chance de incentivar a su pueblo, pero, en lugar de eso, los desanimaron y crearon confusión en su propio pueblo. Así sucede con nosotros cuando no tenemos fe en Dios, pues la falta de fe crea ideas en nuestra cabeza, creemos que nuestro gran problema es el pecado, pero cuando nos colocamos sobre la misericordia de Dios, Él no devuelve su gracia.
La falta de fe nos hace disminuir ante nuestros problemas, y nos colocamos como mosquitos cerca de gigantes. Nos acobardamos ante las dificultades, y nos hace creer que somos débiles, incapaces de enfrentar nuestro pecado. La tentación mina nuestra fe hasta hacernos creer que no podemos, pero somos de Dios y vamos a vencer, porque no estamos solos.
Las fuerzas de Dios y del Espíritu Santo siempre superan las fuerzas del mal y de las dificultades. Tenemos que creer que, cuando nos unimos a Dios, Él nos despierta y nos da fuerza para levantar nuestro ánimo y nuestra valentía.
La falta de fe hace crecer en nosotros varias cosas como el miedo, el complejo de inferioridad, el pesimismo y la sobre dimensión de los problemas; pone en nuestra boca excusas para no enfrentar nuestros problemas. Así, el mal va saboteando nuestras fuerzas y nuestra vida no se realiza, pues hacemos lo único que puede apartarnos de Dios: dejamos de confiar en Él.
Si eso sucede con nosotros, serán necesarias dos cosas para cambiar ese cuadro: tomar la decisión de no dejarnos derrotar y apropiarnos de la gracia de Dios. Tiene que haber decisión, hacer nuestra parte, sabiendo que todo parte de la gracia de Dios.
Tenemos que estar atentos a nuestros “gigantes”, porque pueden estar en cualquier lugar, hasta en nuestro corazón. Solamente con la decisión de unirnos a Dios, de reconciliarnos con Él, vamos a salir con fuerzas para enfrentar esos problemas. Dios no nos pone en esta lucha para que salgamos derrotados, pero nos muestra que, si creemos en Él, venceremos.
La gran promesa de Dios para nosotros es el cielo, y no podemos renunciar a Él. Enfrentaremos problemas y dificultades, pero solo quien tiene fe y confía en el Señor puede abrir el corazón a Él y confiar que tendrá fuerzas para ir al encuentro de sus promesas.
Marcio Mendes
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
Prédica durante el Campamento “Hosanna Brasil” 2016
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