viernes, 16 de diciembre de 2016

SE BUSCA UN DESIERTO




El desierto nos ayuda a entender nuestra misión

Es necesario que un día estudiemos el papel del desierto en la vida del ser humano o al menos, en la vida de ciertas personas. Para los monjes, se convirtió en un ideal, casi en una obsesión. Les parecía imposible vivir lejos de él y por eso, dejaron todo y se marcharon a un monasterio.

Allí, orando y trabajando, no tenían en mente huir del mundo, sino entenderlo mejor y ponerlo en oración. Charles de Foucauld († 1916), nacido en una familia aristocrática francesa, hizo del desierto en el norte de África, su hogar. Saint-Exupéry entendió mejor la tierra de los hombres después de que su avión se accidentó, viéndose obligado a pasar días y días en el desierto del Sahara, completamente aislado de todo.

DESIERTO

El recuerdo de ese silencio le hizo un día escribir: “Siempre he amado el desierto La gente se sienta en una duna de arena. No se ve nada, no se escucha nada y, sin embargo en el silencio, alguna cosa irradia”. Por supuesto nadie ama el desierto por él mismo, porque “lo que lo hace hermoso es que esconde un pozo en algún lugar”. Quien nunca tuvo un avión no sabe lo que es sentirse de repente, en un desierto, como Saint-Exupéry. Pero eso no nos impide de hacer esa experiencia tan importante y renovadora, que fue elegida por el Señor para preparar el corazón de Su pueblo antes de la entrada en la Tierra Prometida: “Guió a su pueblo por el desierto ¡porque su amor es eterno !” (Salmo 136,16).

Cada persona tiene condiciones para crear un desierto alrededor de si misma y principalmente, en su corazón. Allí, en la rica soledad de su interior, va saber dar a su vida, a las personas que están a su alrededor y a ella misma el debido valor. Por otra parte, una persona nunca podrá comprender tales realidades si no se encierra en sí misma.

El desierto es hecho de silencio, no de un silencio estéril, marcado solamente por la falta de ruido, sino de un silencio que nace de dentro de la propia persona, hecho de reflexión y paz.
Un silencio hecho de amor.

Es necesario, de vez en cuando, hacer una parada en la vida. Parada igual a la de aquellos que andando por el desierto, se quedan algún tiempo en el oasis que encuentran. Salen de allí enriquecidos. También salimos enriquecidos de los momentos de desierto que creamos. Después de eso, tendremos mejores condiciones de enfrentar la vida de cada día, con sus problemas, desafíos y solicitaciones. Saldremos de nuestros desiertos convencidos de que en estos tiempos que periódicamente nos concedemos, lejos de aislarnos, crearemos mejores condiciones para establecer un encuentro leal, profundo y sincero con nosotros mismos, con los demás y con Dios.

En la vida de Cristo hubieron varios momentos que testimonian lo mucho que Él amaba el desierto: “Inmediatamente después Jesús obligó a sus discípulos a que se embarcaran; debían llegar antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Jesús, pues, despidió a la gente, y luego subió al cerro para orar a solas. Cayó la noche, y él seguía allí solo.”(Mt 14,22-23). Su vida no era tranquila: las multitudes lo buscaban a toda hora y en todos los lugares; pedían sanación, exigían su presencia y Su palabra. Él atendía a todos con una paciencia que conquistaba. Por la noche, cansado, dejaba a los apóstoles descansando y se retiraba a lugares lejanos. Sus noches de oración eran Su “Desierto”.

En una época y en un mundo marcado por la agitación (o por la dispersión), es urgente seguir el ejemplo de nuestro Maestro, buscando crear espacios de desierto. Justamente, porque las actividades nos absorben, porque todos solicitan nuestra presencia y nuestras responsabilidades se multiplican; por eso necesitamos de “desiertos” en nuestra vida, lo cual nos dará mayor unidad, nos volverá más amigos de nosotros mismos, y hará que cumplamos mejor nuestro papel en el plan que el Padre tiene para nosotros. Tiempos de desierto no son fugas sino multiplicadores de nuestra fuerza, volviendonos más eficaces.

Solo quien ha hecho la experiencia del desierto es capaz de valorizarlo correctamente y de dedicarle un tiempo que la eternidad recompensará.

Monseñor Murilo Krieger, scj
Arzobispo de Salvador (BA)

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