miércoles, 7 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 7, 14-23

Lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro. (Marcos 7, 15)


Jesús dijo a sus discípulos que no es el alimento lo que hace impuro al ser humano ante los ojos de Dios, sino las actitudes y las reacciones que brotan del corazón. Por sus tradiciones, los fariseos solían atribuir gran importancia a las señales externas de pureza ritual, pero Jesús puso el dedo en la llaga: El pecado y la santidad residen en el corazón humano, no en las manos ni en el sistema digestivo.

¿Qué pensamos los católicos de hoy? ¿Nos preocupamos más de cumplir las normas y los deberes religiosos externos, como el rezar a una hora determinada, usar diversos sacramentales o venerar imágenes o figuras religiosas y cosas por el estilo? ¿O dialogamos con Dios en una oración profunda y sincera, nacida del corazón y nos hacemos un buen examen de conciencia? ¿Nos percatamos de que las actitudes externas, especialmente en el trato con los demás, denotan lo que llevamos en el interior? Es cierto que los preceptos religiosos y las devociones ayudan a mantenernos en el camino de la santidad, pero no son el elemento principal. Lo importante es examinarse la conciencia, reconocer lo que no está correcto y arrepentirse con la iluminación del Espíritu Santo.

A veces no es fácil confrontar el pecado que llevamos en el interior, pero no hay por qué temer. Jesús vino a salvarnos, no a condenarnos (Juan 3, 17), porque está a favor nuestro, no en contra nuestra (Romanos 8, 31). Además, el Señor conoce perfectamente nuestra condición, y por mala que ésta sea, él jamás se aleja irritado, decepcionado o escandalizado, ni nos rechaza; por el contrario, nos espera con los brazos abiertos y nos ofrece su amor y su perdón, precisamente para que confiemos en él con toda sinceridad y le confesemos nuestros pecados y fallas; así recibiremos la gracia, el perdón y la vida nueva que nos ha prometido.

Jesús es el Gran Médico que viene a sanarte, perdonarte, reconfortarte y llenarte de su amor. Pídele que te ayude a purificar tus pensamientos y motivaciones, para que empieces a dar buenos frutos de santidad y justicia.
“Jesús, Señor y Salvador mío, confieso que soy pecador y que necesito tu misericordia y tu perdón. Pon en mí un corazón limpio y dócil, para amarte de verdad y llenarme nuevamente de tu amor.”

1 Reyes 10, 1-10
Salmo 37(36), 5-6. 30-31. 39-40

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