martes, 13 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 8, 14-21

Jesús habló de cuidarse de “la levadura” de los fariseos, vale decir, la preocupación exagerada de éstos por su propio prestigio y su supuesta superioridad sobre los demás, lo que no tenía relación alguna con el amor ni con la misericordia de Dios.

Era una “levadura” que los llevaba a juzgar negativamente a quienes no siguieran sus propias prácticas religiosas.

El discípulo de Cristo, en cambio, tiene acceso a una fuente de entendimiento y sabiduría muy distinta: el Espíritu Santo, que derrama el amor de Dios en nuestro corazón (v. Romanos 5, 5). Este amor divino nos lleva a entender que somos hijos de Dios, a desentendernos de la preocupación por uno mismo y hacernos elevar la vista hacia Jesús, el Esposo de nuestra alma. El discípulo de Jesús sabe que ha sido librado de la esclavitud del pecado y que el amor de Cristo crucificado le ha conferido una vida nueva.

El Espíritu Santo quiere transformarnos por completo, cosa que no podemos hacer por nosotros mismos; es un regalo inmerecido que él nos concede; de manera que ya no somos nosotros, sino Cristo en nosotros el que viene a constituir la esencia de nuestra esperanza para la vida; ya no son nuestros propios medios, sino Cristo en nosotros, el que viene a ser nuestra fuente de fortaleza. Jesús quiere levantarnos y sacarnos del pozo de arena movediza en el que nos hunden el pecado y la incredulidad. En cambio, ¡unidos a Cristo en la cruz, podemos morir al yo y ser resucitados al trono de Dios! El Espíritu Santo nos llena de un nuevo anhelo de imitar a Cristo, de un profundo deseo de unirnos con el Padre y servir libremente al Pueblo de Dios.

Mañana comienza la importante temporada de Cuaresma. Reflexionemos en cuál es la levadura que actúa en nuestra conciencia y cuál es la transformación que el Señor desea forjar en nosotros. ¿Estamos decididos a acudir a Jesús en la Cuaresma para pedirle que nos eleve a la vida nueva? Si abrimos el corazón, el Señor soplará su aliento de vida nueva sobre nosotros y nos habilitará para ser pan para cuantos nos rodean. ¿Estás tú dispuesto a pedírselo?
“Jesús, Señor mío, permite que la levadura que actúa en mí sea la de tu Espíritu Santo. No quiero poner la atención en mi propia persona, sino en ti, Señor. Hoy me entrego del todo a ti.”
Santiago 1, 12-18
Salmo 94(93), 12-15. 18-19

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