domingo, 4 de febrero de 2018

Pasos para cooperan a la sanación

PASOS QUE COOPERAN
A LA SANACIÓN DE LOS DOLORES Y ENFERMEDADES.

Lo primero que debemos comprender es que nuestro Padre del cielo quiere cuidar de nuestra salud. Por lo tanto, si estas enfermo, nunca dejes de cuidarte. Pide la ayuda a Dios, que te Bendecirá. El siempre nos escucha: o no da la sanación o nos da fuerzas para soportar la enfermedad sin perder la alegría de vivir.

Cada vez que los errores, vicios y sobre todo los pecados te perjudiquen y destruyen, para con ellos, evita todo lo que es malo, endereza tu vida, corrígete, y pide a Dios que te perdone y libere de todos tus pecados. Vuelve al Señor de todo corazón. Aproxímate a la Eucaristía. Y visita al médico, pues fue Dios quien lo colocó en tu camino. No sirve de nada huir. Quien se rehúsa a hacer el tratamiento y a tomar los remedios desagrada a Dios. Todos necesitamos del auxilio del médico, y llegará el día en que nuestra salud tendrá que pasar por las manos de ellos: “Después, deja actuar al médico, porque el Señor lo creó; que no se aparte de ti, porque lo necesitas. En algunos casos, tu mejoría está en sus manos, y ellos mismos rogarán al Señor que les permita dar una alivio y curar al enfermo, para que se restablezca. El hombre que peca delante de su Creador, ¡que caiga en manos del médico! Ecl 38, 13-15

Jesús es el Hijo de Dios que recibió del Padre toda autoridad para sanar a los enfermos y derrotar el mal como el lo quiera. Cuando Él abre nadie puede cerrar, y cuando cierra nadie puede abrir (cfr. Ap 3,7). Nada puede impedir su poder salvador. El no cesa de bendecir a sus seres queridos, no actúa siempre de la misma forma. Algunas veces, sana directamente; otras, por medio de los sacramentos; otras, por medio de la oración intercesora de alguien, y muchas otras, por las manos y sabiduría de los médicos.

Ni aún nuestra dificultad en creer es capaz de barrer la misericordia del Señor. Con su gracia, El completa aquello que nos falta (cfr. Sal138, 8) Los evangelios testimonian que algunos encontrarán la sanación porque tuvieron fe (Cfr. Mc 5,34), otros porque sus amigos la tuvieron por ellos (cfr. Mc 2,5; Mt 15,28), y otros fueron curados por pura compasión de Dios, pues no sabían ni siquiera en lo que debían creer (cfr. Jn 5,5-8; Jn 9, 36-38). Si maravillas ocurren aún entre aquellos a los que les cuesta creer, imagina lo que Dios hará al encontrar un corazón abierto y lleno de confianza.

Existen pasos muy importantes para que la oración de sanación física sea eficaz. Si quieres recorrerlos, entonces debes:


1) DEJARTE GUIAR POR LA PALABRA DE DIOS.

He presenciado verdaderos milagros en los encuentros de oración donde he predicado el Evangelio. Cuando anunciamos a Jesús, familias son restauradas, jóvenes abandonan las drogas, rencores son disueltos, las personas se levantan de la depresión, toman un nuevo aliento, perdonan, recuperan las fuerzas y muchas sanaciones son alcanzadas. San Pedro no vasila en afirmar que es el comienzo de una nueva vida, pues la Palabra de Dios tiene el poder de hacernos renacer de verdad (cfr. 1 Pe. 1,23) Ella hace que la salvación de Jesús toque la totalidad de nuestro ser -tornándonos criaturas nuevas, llenas de amor y alegría. 

Mientras una evangelización sin señales queda desprovista de fuerzas, las sanaciones sin la evangelización causan confusión y desvío. Cuando el Señor envía a sus discípulos, El los manda con dos cosas: con Su Palabra que despierta la Fe, pero también con su fuerza de sanación que recupera a los enfermos. Ellas jamás deberían ser separadas. San Marcos entendió muy bien que es evangelizando que se curan los enfermos y es curando los enfermos que se lleva el Evangelio: “Entonces, los discípulos fueron a anunciar la Buena Nueva por todas partes. El Señor los ayudaba y confirmaba su palabra con las señales que los acompañaban” (Mc. 16,20)

Eso quiere decir que las sanaciones y las respuestas prodigiosas de Dios son aquello que debemos esperar cuando Dios actúa y donde reina Su Espíritu Santo.

Durante un encuentro de evangelización expliqué que, como estábamos reunidos en un gran número, sería imposible hacer oración por cualquier persona de manera particular. Insistí que los momentos de oración los haríamos todos juntos intercediendo unos por otros. Pero una señora que se sintió muy emocionada después de la predicación, ignoró lo que había dicho. Inclusive, estaba tan conmovida que mal podía hablar para contarme sus problemas. Apenas abrió la cuello de la camisa para que yo pudiese ver, junto a su garganta, las marcas del tratamiento. Quedé compadecido, pero no quería dar marcha atrás con lo que había combinado. Entonces hablé:

“Señora, Jesús nos garantiza que, donde dos o mas estén reunidos en su nombre, Él estaría en medio de ellos. Aseguró, incluso, que si estuviesen de acuerdo en la oración, Él los atendería. ¿Usted cree en eso?”

Ella respondió que sí. De manera que continué:

“No sé cual es su enfermedad, pero me uno a usted de corazón y pido a Jesús que Él mismo ponga sus manos sobre usted y le conceda la gracia que tanto necesita.”

Ella me abrazó con aire aliviado y lloró.

Un año después volví a aquella ciudad a un nuevo encuentro de oración, y allí estaba la mujer, con su marido, muy alegre. Vino corriendo a contarme:
“El año pasado, cuando me acerqué, yo estaba con cáncer en la región de mi garganta. No era algo simple. Yo estaba sufriendo con el tratamiento, estaba con miedo porque pasaría por una cirugía a la semana siguiente. Pedí a Jesús que tuviese compasión de mi. Fui hasta usted después de oírlo decir que no haría oraciones en particular por nadie durante el retiro. Pero cuando usted me recordó la promesa de Jesús y me dijo que Él mismo pondría sus manos sobre mi, yo creí y confié. A la semana siguiente, después de algunos exámenes el medicó anuló mi cirugía. Ella ya no era necesaria porque yo ya no tenía mas nada. Jesús me curó y el cáncer simplemente desapareció para gloria de Dios.”
Le entregue el micrófono para que repitiese delante de la asamblea aquello que había acabado de testimoniar. Todos escuchaban atentos, unos sonreían admirados mientras otros enjugaban sus propias lágrimas. La Palabra de Dios predicada y testimoniada suscita la fe que nos hace recurrir a Dios y nos inunda de salvación: “Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿como invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: "¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!" Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: "Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?" (Rom 10, 12b-17)

ORACIÓN DE FE EN LA PROMESAS DE DIOS.

Enciende tu Espíritu Santo, Señor, en mi mente, en mi corazón y en mi boca, como en el cenáculo encendiste con lenguas de fuego sobre las cabezas de los que estaban reunidos a la espera del cumplimiento de tu promesa (cfr. Hech 1, 4-5). Envía tu fuego para que yo sepa oír, acoger y cooperar con tu Palabra.
No solo mi mente debe ser incendiada por el fuego de Tu Espíritu, -esa mente confusa, llena de pensamientos errados y maliciosos- sino también ese corazón tan lento para creer en la verdad y ligero para entregarse a la mentira, tan fácilmente engañado por la tentación y prejuicioso y temeroso para confiar en tus promesas. Enciende tu Fuego Sagrado en mi boca que tiene dificultades en abrirse para proclamar tu salvación, porque esta demasiado acostumbrada a decir palabras de odio y de vanidad que nada construyen.
Señor, es todo mi ser que carece de ardor inflamado por tu Espíritu -mis pensamientos, mis sentimientos mis palabras, mis actitudes, todo lo que soy y tengo.

Espíritu de Dios, fuego vivo del cielo, quema todo lo que en mi sea falta de fe, quema toda y cualquier desconfianza que pueda tener de las promesas de Dios, para que la Palabra del Señor me inunde y se derrame incesantemente, manteniéndome siempre abierto a tu amor y conduciendo cada momento de mi vida.

¡Amén!

Marcio Mendes,
“Pasos para la sanación y liberación completa” – Editorial Canción Nueva
Adaptación del original en portugués

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