por Robert Canton
En 1 Co 12, 4-11, San Pablo escribe: ”Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad”.
Propósito de los dones espirituales
Estos dones, descritos por muchos como “carismas o dones carismáticos”, son dados por el Espíritu Santo a los individuos para el servicio o el ministerio, para edificar o fortalecer, para alentar y para consolar al cuerpo de Cristo (ver 1 Co 14, 3-5). La palabra “don” en griego es “charismata,” que significa “favor dado libremente a quien el Señor elija”. No es algo que el que lo recibe haya ganado o merezca. En el Catecismo de la Iglesia Católica sección 799, la Iglesia afirma, “Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo”. Los dones del Espíritu manifiestan la presencia y el poder de Dios en medio de nosotros. Jesús dice en Hch 1, 8 : “sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. La palabra griega para este tipo de poder es “dynamis”, como “dinamita”. El poder de Dios es seguramente más potente que todos los poderes de este mundo juntos porque el poder de Dios es sobrenatural e inigualable en naturaleza. Cuando el Señor desata Su poder, es siempre para cumplir su propósito y establecer Su Reino. Creo que el Espíritu Santo está buscando personas con las que pueda contar para promover el Reino de Dios y para conseguir Sus propósitos para Su honor y gloria. Los Documentos del Concilio Vaticano II bajo el Decreto del Apostolado de los Laicos, afirma: “De la recepción de estos carismas, incluso los más ordinarios, surge de cada uno de los fieles el derecho y el deber de ejercitarlos en la Iglesia y en el mundo por el bien de los hombres y el desarrollo de la Iglesia, de ejercitarlos en la libertad del Espíritu Santo que “sopla donde quiere”. En su homilía de la Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney, Australia en julio 2008, Papa Benedicto XVI afirmó, “Pero, ¿cuál es este poder del Espíritu Santo? ¡Es el poder de la vida de Dios! Es el poder del mismo Espíritu que sobrevoló las aguas en el amanecer de la creación, y quien, en la plenitud de los tiempos, resucitó a Jesús de entre los muertos. Es un poder que nos indica, y a nuestro mundo, la llegada del Reino de Dios”.
El don de profecía
Como el espacio en este boletín está limitado, permitan que me centre más específicamente en el don de profecía. San Pablo dice: “Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía”. 1 Co 14,1. En Hch 2, 17-18, leemos sobre Pedro levantándose con los once y reiterando lo que el profeta Joel había profetizado, “Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu”. Profetizar significa hablar o cantar el mensaje de Dios bajo la unción o dirección del Espíritu Santo. Para decirlo sencillamente, profetizar es ser el portavoz de Dios. Sin embargo, no todos los que profetizan son profetas pero todos los profetas deben profetizar. Algunos que son llamados por el Señor a ser profetas, están utilizando continuamente el don de profecía y otros dones de revelación como la palabra de sabiduría, palabra de conocimiento y discernimiento de espíritus, en sus vidas y ministerios. La profecía puede contar o predecir las verdades de parte de Dios. Una profecía que cuenta quiere decir un mensaje que no necesariamente tiene que ver con las cosas del futuro. Un ejemplo de esto es cuando Jesús, desde la Cruz, le dijo al ‘buen ladrón’: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43). Por otra parte, predecir se relaciona con las cosas o circunstancias que llegarán a pasar en el futuro. Una ilustración de esto se encuentra en Hch 11, 28: “Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra, la que hubo en tiempo de Claudio”. Una vez yo recibí una profecía de este tipo que predice el futuro. Después de que mi mujer, Chita y yo experimentáramos el bautismo en el Espíritu Santo el 11 de noviembre de 1984, comenzamos a orar juntos. El 8 de diciembre de 1984, mientras orábamos, mi mujer se me acercó y empezó a profetizar: “Hijo mío, no tengas miedo. Mi nombre es Jesús y te estoy hablando a ti a través de tu esposa. Te voy a utilizar para sanar a millones en mi Nombre. Cree hijo mío que esto sucederá y siempre sé humilde. Predicarás el evangelio en mi Nombre. Muchos vendrán a pedir sanación. Sánales en mi Nombre porque la sanación es Buena nueva. Viajarás lejos y a muchos sitios. Puede que te cueste creer esto, pero recuerda, para mí no hay nada imposible”. Poco después, le pregunté a ella que la había movido a decirme aquellas palabras. Me dijo; “Sólo repetí lo que escuché decir al Señor en ‘mi ser interior’.
Al día de hoy he estado en 39 países, predicando y proclamando el evangelio y sanando a los enfermos en Nombre de Jesús, a pesar de mis muchas limitaciones. El Señor había abierto puertas para mí para comenzar a viajar y ministrar a nivel internacional en el año 1991, exactamente siete años después de recibir la profecía sobre las obras que el Señor quería que yo hiciera por Él y por Su Reino.
Una profecía puede llegar también por alguien que habla en “lenguas”. En 1 Co 14, 5, San Pablo dice: “Deseo que habléis todos en lenguas; prefiero, sin embargo, que profeticéis. Pues el que profetiza, supera al que habla en lenguas, a no ser que también interprete, para que la asamblea reciba edificación”. Cuando alguien habla en lenguas en una reunión de oración, el don de interpretación de lenguas debería estar también operativo para hacer comprensible el mensaje en lenguas a los que escuchan.
La persona que está hablando en lenguas puede dar la interpretación bajo la inspiración del Espíritu Santo o alguien más en la congregación puede ser movido a hacerlo. Debe advertirse que la interpretación no es necesariamente una traducción del mensaje dado en lenguas.
Cómo escuchar la voz de Dios
El Señor quiere hablarnos y Él siempre nos está hablando. En el libro del Génesis, leemos muchas veces estas palabras: “Entonces Dios dijo…” En Juan 10, 27, Jesús dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”. Jesús también dice: “Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mat 13, 17). Nuestro Dios quiere tener fraternidad con nosotros. Jesús murió en la Cruz por nosotros no solo para liberarnos de la atadura del pecado y la muerte, sino también para llevarnos a una relación personal y fraternal con Él. El Señor se deleita más en hablarnos que nosotros en escucharle a Él. La mayoría del tiempo, el Señor se comunica con nosotros por medio de una todavía pequeña voz desde dentro de nuestro espíritu. Una persona puede percibirlo como una impresión repentina, o una “sensación” de algo que Dios está diciendo, o un pensamiento fugaz. Si abrimos nuestro ser, nuestros corazones, nuestros sentidos y nuestras mentes a Él, escucharíamos Su voz con toda seguridad. El Señor nos puede dar una impresión, o una visión, o un pensamiento. También se puede comunicar con nosotros a través de sueños, a través de las escrituras, a través de nuestras circunstancias, a través de otras personas e incluso a través de Su voz audible, lo que es verdaderamente muy raro. Él es soberano y no tiene límites. Hace unas pocas semanas, tuve la oportunidad de dirigir una Misión Parroquial en Sarasota, Florida. Mientras daba una charla sobre “Arrepentimiento y Perdón”, el Señor me “habló” al corazón que había una persona en la congregación que había intentado suicidarse, y que el Señor estaba liberándole de los sentimientos de culpa y autocondenación. Cuando recibí las palabras, tenía la profunda convicción en mi corazón que venían del Señor. Anuncié lo que el Señor había dicho, y un hombre llamado John se acercó al altar, con lágrimas en los ojos, para reconocer todo lo que yo había dicho. “Sentí” que John había intentado hacerlo no una sino dos veces, y lo admitió cuando le pregunté acerca de ello. Ese día, recibió una sanación emocional y espiritual y la seguridad de que el Señor, en Su misericordia y amor, no le había condenado sino más bien le había perdonado. Recientemente, John me dijo que su vida había ido cambiando rápidamente a mejor desde el momento que se había acercado más al Señor.
Discernimiento de Espíritus
Existen cuatro fuentes de voces que escuchamos en el ámbito espiritual, a saber: el Espíritu Santo, el espíritu humano, los espíritu malignos y los Santos Ángeles. En 1 Juan 4, 1, la palabra de Dios dice: “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo”. En 1 Tesalonicenses 5, 19-21, San Pablo dice: “No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno”. Tanto el “dador” de la profecía como el “receptor” o el que escucha debería discernir las palabras. Se debería realizar un discernimiento muy cuidadoso y riguroso especialmente en casos de profecías que son directrices para asegurarse de que son de Dios y no de falsos profetas. Para discernir con corrección y precisión, necesitamos la sabiduría y asistencia del Espíritu Santo que “nos guía a todas las verdades”. Las siguientes son algunas de las directrices prácticas al juzgar o discernir una profecía:
1. Debe edificar o fortalecer y dar consuelo. Si una profecía es negativa o condenatoria, es un signo claro de que no es de parte de Dios.
2. Debe dar buenos frutos. “Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. 20 Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mat 7, 19-20).
3. Debe ser de las escrituras. Jesús dice, “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Juan 6, 63).
4. Deber ser conforme a las enseñanzas del magisterio de la Iglesia Católica. El magisterio es la autoridad doctrinal de la Iglesia.
5. Debe dar paz. San Pablo dice: “Dios no es un Dios de confusión, sino de paz” (1 Co 14, 33).
6. En última instancia debe brindar gloria y honor a Dios. San Pablo afirma: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10, 31).
7. Debe fortalecer la fe tanto del “dador” de la profecía como la del “escuchante o escuchantes”. “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo” (Rm 10, 17).
Conclusión
El don de profecía, si se utiliza correctamente, tiene el poder de cambiar la vida de las personas. Yo creo que el Señor nos ha elegido y designado, a pesar de nosotros mismos, para ser Sus instrumentos. El mundo está esperando para experimentar el poder transformador y vivificante del Espíritu Santo. ¿Están dispuestos a decir que “sí” al Señor y ser Sus vasijas para cambiar el mundo a su alrededor?
publicado en Boletín ICCRs - Octubre / Diciembre 2009
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