Respira hondo y cierra tus ojos. Mira el día, reconoce esa gracia especial recibida y agradécela.
Busca en tu corazón esos sentimientos de miedo, desconfianza y enojo que te envolvieron hoy. Descubre si llegaron a dominarte, ¿Qué actitudes despertaron en ti? ¿Qué mensaje te dejaron?
Ofrece lo vivido y pide a Dios que te abrace en su amor. Apunta un propósito para mañana.
Ave María...
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