domingo, 3 de febrero de 2019

La viuda de Sarepta

San Agustín de Hipona, obispo
«Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón» (Lc 4,26).

La viuda sin recursos salió para recoger dos pedazos de leña para cocer pan, y fue en ese momento que la encontró Elías. Esta mujer era el símbolo de la Iglesia porque una cruz está formada por dos pedazos de leña, y la que iba a morir buscaba de qué vivir eternamente. Hay ahí un misterio escondido… Elías le dice: «Ves, primero aliméntame de tu pobreza, y tus riquezas no se agotarán». ¡Dichosa pobreza! Si la viuda recibió aquí abajo un salario tal ¡qué recompensa no va a tener derecho a esperar en la otra vida!

Insisto sobre este pensamiento: no pensemos recoger el fruto de nuestra siembra en este mismo tiempo en que sembramos. Aquí abajo, sembramos con fatiga lo que será la cosecha de las buenas obras, pero es más tarde que con gozo recogeremos el fruto, según lo que está escrito: «Al ir, iban llorando, llevando la semilla. Al volver, vuelven cantando trayendo sus gavillas» (Sl 125,6). El gesto de Elías hacia esta mujer era, en efecto, un símbolo y no su recompensa. Porque si esta viuda hubiera sido recompensada aquí abajo por haber alimentado al hombre de Dios, ¡qué siembra más pobre, qué pobre cosecha! Recibió solamente un bien temporal: la harina que no se acabó, y el aceite que no disminuyó hasta el día en que el Señor regó la tierra con su lluvia. Este signo que Dios le concedió por unos pocos días, era símbolo de la vida futura en la que nuestra recompensa no podrá disminuir. ¡Nuestra harina será Dios! Así como la harina de esta mujer no se acabó a lo largo de sus días, Dios no nos va a faltar nunca durante toda la eternidad… Siembra confiadamente y tu cosecha será cierta; vendrá más tarde, pero cuando vendrá, recogerás sin fin.

San Agustín de Hipona, obispo
Sermón: La viuda de Sarepta.
Sermón 11, 2-3.

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