viernes, 1 de febrero de 2019

Meditación: Marcos 4, 26-34

A sus discípulos les explicaba todo en privado. 
Marcos 4, 34

Cuando nos enteramos de todos los problemas que hay actualmente en la sociedad, a veces nos preguntamos si Dios sigue gobernando el universo. Estas dudas quedan disipadas cuando leemos la parábola de la semilla de mostaza, en la cual Jesús dice que la semilla brota y crece aunque el sembrador esté durmiendo. El Reino de Dios está escondido en medio del mundo; Dios lo hace presente de un modo misterioso e invisible; la mano de Dios trabaja y su Reino vendrá a ser un lugar de reposo y amor para muchos (Marcos 4, 30-32).

El labrador confía en que después de preparar el terreno y sembrar (Marcos 4, 4-8), la semilla producirá una cosecha “aunque el hombre no sabe cómo” (Marcos 4, 27). El Señor se limita a hacer su parte y esperar que la naturaleza haga el resto. Del mismo modo, podemos confiar en que el Reino de Dios está creciendo en nuestro medio. Hacemos lo que podemos para prepararnos para él (Marcos 4, 14-19) y con el tiempo, Dios lo hará fructificar. Si somos obedientes, él nos usará como instrumentos para cumplir su obra. El Reino crece a medida que Dios lo hace crecer, tal como la semilla brota sin la ayuda del labrador.

Por eso hay que meditar sobre las parábolas de Jesús. La parábola del sembrador representa la vida de la Iglesia, porque al tratar de vivir santamente y difundir el evangelio, estamos sembrando, regando y dando de comer. Dios mismos ve nuestro trabajo y bendecirá el esfuerzo que hagamos; así, tal como sucede con la semilla de mostaza, la fidelidad al Señor producirá abundante fruto, es decir que el Señor bendecirá la fe de su pueblo para que la Iglesia crezca hasta transformarse en un lugar al cual muchos vendrán buscando descanso y consuelo del vacío y del pecado del mundo (Marcos 4, 32). La Iglesia será un refugio para los necesitados: pobres, solitarios, enfermos, presos, oprimidos y todos los que proclaman la palabra de vida.

La obra de Dios siempre se reconoce en la cosecha, pero también hay que reconocerla antes; no es el trabajo nuestro el que edifica la Iglesia, sino un trabajo que es impulsado y guiado por el Espíritu Santo.
“Padre celestial, enséñanos a confiar en ti como Señor de la Iglesia. Danos la gracia de hacer tu voluntad, y confiar que tu amor perfecto producirá el Reino prometido.”
Hebreos 10, 32-39
Salmo 37, 3-6. 23-24. 39-40
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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