Rodolfo Puigdollers
La comunidad es un don de Dios. El Cristo glorificado, en medio de la comunidad cristiana, nos da su Espíritu. Dándonos gratuitamente su Espíritu nos reúne en comunidad. En el otro, en el hermano, es Cristo quien me sale al encuentro. Es el Cristo que me habla, que me ayuda, que me corrige; es el Cristo pobre, necesitado, hambriento.
Para poder acoger auténticamente al hermano necesito sentirme comunidad cristiana; necesito sentirme cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su función y su lugar; necesito aceptar y estar en comunión con los dirigentes. Sintiéndome así comunidad podré discernir cuál es el rostro de Cristo que viene a mi encuentro: ¿el Cristo que me habla o el Cristo que me pide una palabra?, ¿el Cristo que me consuela o el Cristo que pide consuelo?, ¿el Cristo que me reprende o el Cristo que pide ayuda? El hermano, la comunidad, es siempre el gran don que me hace Cristo. Rechazando al hermano, rechazo a Cristo; aislándome de la comunidad, me aíslo de Cristo.
Para que la presencia de Cristo resplandezca en nuestra comunidad es preciso vivir en la fe. La presencia de Cristo es un misterio de fe, sólo en la fe seremos conscientes de esta presencia. Y la fe alimenta con la esperanza, la gran esperanza del don de Cristo, la esperanza de su venida; se alimenta con el amor, el amor que nos lo hace anhelar, que nos lo hace ver en sus huellas, que nos hace suspirar en su ausencia. La oración, la contemplación, la súplica continua purifica nuestro corazón para poder ver el Cristo en medio de nosotros. Sabemos que está, y, a veces, no lo vemos. Pero El está. ¡Purifica, Señor, nuestro corazón!
Cuando pido perdón al hermano, dejo que el Espíritu Santo entre en mi interior y purifique mi rostro. Si mi rostro, mis palabras, mi silencio, mis acciones, mi espera, resplandecen con la luz de Cristo, mi hermano verá al Señor. Si la luz de Cristo resplandece en mi hermano, yo, en mis tinieblas, veré al Señor. Así viviremos en la fe y en la palabra del que nos ha hecho hermanos. Las tinieblas de la comunidad son siempre un problema de purificación. Y «puro» significa que está sólo el Señor. No es culpa del hermano. Si tu ojo es puro, verás todo el Cuerpo. Los ojos purificados, los ojos de la Paloma, ven siempre el Cuerpo de Cristo.
Ésta es la profecía: ver al Cristo en medio de su Cuerpo. Éste es el discernimiento: contemplar con los ojos de Cristo. Éste es el don de lenguas: unirse al canto del Espíritu.
Acoger al hermano es acoger a Cristo. Acoger al hermano es pedir que Cristo nos acoja.
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