El pecado es al alma lo que la herida al cuerpo.
Hay pecados mortales y pecados que no son mortales. Los pecados mortales son esos por los cuales, si no te arrepientes de ellos antes de morir, te llevan al infierno. Pero, si te arrepientes, inmediatamente te son perdonados. Se llaman “pecados mortales”, porque provocan que el alma muera, aunque luego ésta pueda “resucitar”, por medio de la contrición.
El pecado es al alma lo que la herida al cuerpo. Hay heridas que sanan rápida y completamente, sin provocarnos la muerte, y también hay heridas mortales. Lo mismo pasa con los pecados. El pecado mortal mata el alma, haciéndola incapaz de toda felicidad espiritual.
Si, por ejemplo, llevamos a un ciego a presenciar un bello atardecer, y le preguntamos: “¿Qué te parece? ¿No es un impresionante espectáculo?”, él nos responderá que no lo sabe, porque sus ojos no pueden ver nada. Lo mismo puede decirse del alma que el pecado ha matado, quedando incapacitada para sentir la felicidad eterna...
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol. I, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 134) Fuente: Doxologia
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