viernes, 27 de octubre de 2017

Amar lo incompleto

Solemos decir “Si tuviera tal cosa… entonces sí podría”. El desafío es poder con lo que uno tiene. Paradójicamente, cuando se aceptan las propias limitaciones se despiertan capacidades insospechadas.




No nos mintamos: no se trata de que “Si yo tuviera lo que me falta… entonces sí haría lo que no hago”. Rara vez esto es verdad. El desafío es hacerlo con lo que hay. Así como uno es: torpe, leal, necio, ágil, amable, temeroso, alegre, inmaduro, cargado de años, con el respaldo de otros o sin el apoyo de nadie… Así, con lo que uno tiene, y también con lo que uno no tiene.

¿Qué hace falta, pues? Amar lo incompleto que uno es, lo incipiente, lo carente, lo no desarrollado. Amarse inacabado, imperfecto. Y, por qué no, cercenado: es casi seguro que a esta altura ya la vida te haya abollado, averiado (fuiste devastado por la pérdida de afectos, apostaste inocencia y recibiste engaño, lastimaste a quienes más querías, te asestaron sablazos de inclemencia y de rechazo, constataste con dolor la hondura de tus limitaciones…) Bien: eso no te discapacita para estar entero. Sí: paradójicamente, alguien incompleto puede estar entero. Porque la tarea es poner a jugar a favor tu herida: que tu impedimento sea parte de tu patrimonio. Las personas valiosas que has conocido, seguro que pertenecen a esta estirpe: se han graduado de sí mismas así, con tracción a sangre (la sangre propia, doliente pero fecunda).

Lo paradójico es que cuando aceptamos esa incompletud, acontece algo misterioso… Richard Bach lo dijo muy bien: “Échate a volar, y te crecerán las alas”. Sí: no al revés. Partir desde la apreciación de lo que uno realmente es, hace que se despierte una condición leudante que hay dentro nuestro, tal como la levadura late en la intimidad de la masa del pan. Cuando una persona decide ejercer ese acto luminoso, contagia a quienes vegetaban sin permitirse ser: como cantó el querido Silvio Rodríguez, moviliza a “los yertos” (los que volvieron frío y endurecido el corazón)…

Debes amar la arcilla que va en tus manos
debes amar su arena hasta la locura,
y si no,
no la emprendas, que será en vano:
sólo el Amor alumbra lo que perdura,
sólo el Amor convierte en milagro el barro…

Debes amar el tiempo de los intentos,
debes amar la hora que nunca brilla,
y si no,
no pretendas tocar los yertos:
sólo el Amor engendra la maravilla,
sólo el Amor consigue encender lo muerto,
sólo el Amor engendra la maravilla…

Virginia Gawel
Publicado en la revista Sophia Online en noviembre de 2011.

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