Cuando tú le sonríes a alguien, ¿no esperas recibir lo mismo? Casi siempre, ¿no es cierto? Claro, porque el amor se multiplica cuando se comparte. Pero no sucede así con el dinero, porque cuando lo das, por ejemplo, al comprar algo, no lo vuelves a ver y tus bienes disminuyen.
El Evangelio de hoy nos advierte que, si lo que nos importa principalmente es el dinero y los bienes materiales, podemos acercarnos a Jesús como el hombre que disputaba la herencia con su hermano. Le pidió a Jesús que le ayudara a obtener su parte de una herencia terrenal, pero el Señor no quiso involucrarse. Porque si bien él se interesa por nuestra situación financiera, mucho más le interesa nuestra salud espiritual. El Señor es rico en misericordia y bondad y quiere hacernos ricos en eso también, porque este es el tipo de riqueza que “vale ante Dios”.
Así como una persona consulta a un experto financiero para administrar bien su dinero, también podemos pedirle a Jesús que nos ayude a acrecentar nuestro caudal espiritual. A menudo, lo primero que cabe hacer es apreciar el inmenso valor de las riquezas que ya tenemos: humildad y paciencia, misericordia y amor, pero podemos pedirle al Señor que nos ayude a crecer más en ellas.
Y no tenemos que detenernos ahí. Al Señor le importan las “arcas de tesoros espirituales” que tengamos y por eso está dispuesto a darnos más. ¿Necesitas más compasión? Pídela. ¿Te sientes atrapado por algún resentimiento? Pide el don del perdón. A diferencia del hombre que quería resguardar su parte de dinero, a Dios le encanta compartir sus bienes y su riqueza espiritual no se agota cuando la prodiga a sus hijos.
Y tu cofre de tesoros espirituales tampoco disminuirá, incluso si intentas vaciarlo cada día por generosidad. Recuerda la promesa de Jesús: “Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes” (Lucas 6, 38). Cuando tú eres rico de lo que vale ante Dios, puedes repartir tus bienes sin perder nada. ¡Así de generoso es Cristo!
“Señor y Salvador mío, ayúdame a recibir más y más de ti para dar más, especialmente a quienes lo necesiten, los pobres y los indigentes.”
Romanos 4, 19-25
(Salmo) Lucas 1, 69-75
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