Contra Celso, I, 62
La palabra de los apóstoles Simón y Judas resuena en toda la tierra
Si para hacer los ministros de sus enseñanzas, Jesús hubiera escogido hombres sabios según la opinión pública, capaces de captar y de expresar ideas agradables a los oídos de las multitudes, lo hubieran sospechado de haber predicado según el método de promoción de los filósofos, y el carácter divino de su doctrina no hubiera aparecido en toda su evidencia. Su doctrina y su predicación hubieran consistido «en persuasivos discursos de sabiduría» (1Co 1:17) y nuestra fe, como a aquella que damos a las doctrinas de los filósofos de este mundo, «reposaría en la sabiduría de los hombres y no en el poder de Dios» (1Co 2:5). Pero cuando vemos pescadores y publicanos sin instrucción que con audacia discuten con los judíos de la fe en Jesucristo, lo predican en el resto del mundo, y lo logran, ¿Cómo no buscar el origen de ese poder de persuasión? ¿Cómo no admitir que la palabra de Jesús: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4:19), lo realizó en sus apóstoles por medio de un poder divino?
Pablo también manifiesta este poder cuando escribe: «Mi palabra y mi mensaje no tenían nada de un persuasivo discurso de sabiduría, era la demostración del Espíritu y del poder de Dios » (1 Co 2:4). Es lo que dijeron los profetas, cuando anunciaron anticipadamente la predicación del Evangelio: «El Señor dará su palabra a los mensajeros de la Buena Nueva con gran poder» afín de que «su palabra corra a toda prisa» (Ps 67:12; 147:15). Y de hecho, vemos que«la voz» de los apóstoles de Jesús resuena en toda la tierra y sus palabras hasta los confines de la tierra» (Ps 18:5;Rm 10:18). Por esa razón los que escuchen la palabra de Dios anunciada con poder se llenan ellos mismos de ese poder; lo manifiestan por su conducta y por la lucha por la verdad hasta la muerte.
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