martes, 31 de octubre de 2017

Meditación: Lucas 13, 18-21

"¿A qué se parece el Reino de Dios?... Se parece a la semilla de mostaza." Lucas 13, 18-19
La obra de Dios comienza en el corazón de sus hijos desde el momento del Bautismo. Es algo casi imperceptible mientras uno aprende a poner atención a las mociones del Espíritu Santo. Y muchas veces la acción divina se manifiesta en nosotros en inspiraciones espontáneas, decisiones que normalmente no se nos ocurriría tomar.



San Francisco de Sales (1567-1622) enseñaba que también era valioso dejar que Dios cambie nuestros pensamientos en las cosas pequeñas: “Rara vez se presentan grandes oportunidades de servir a Dios, pero las pequeñas son frecuentes. Al que sea fiel en lo pequeño, se le confiará mucho, dijo el Salvador.”

Y como ejemplo añadió: “Cuando vi que Santa Catalina de Siena había tenido tantos éxtasis y elevaciones del espíritu, revelaciones y palabras de sabiduría, no dudé de que en la contemplación ella había cautivado el corazón de su celestial esposo. Pero me sentí igualmente consolado cuando la vi en la cocina de su padre, dando vuelta el asador con gran humildad, encendiendo el fuego, aderezando la carne, amasando pan y estando ocupada alegremente en los quehaceres más sencillos, llena de amor y cariño hacia Dios” (Introducción a la vida devota, cap 35).

A veces no se nos ocurre pensar que Dios actúe o esté presente en las cosas más triviales de la vida, y que él observa, por ejemplo, cómo tratamos a nuestros familiares o compañeros de trabajo. El Señor quiere que seamos santos y una manera de avanzar por el camino de la espiritualidad es tener presente que siempre hemos de ser amables, bondadosos, pacientes y compasivos con todos.

Sí, debemos seguir las mociones del Espíritu Santo para rechazar el pecado, pero también reconocer cuando caemos, ofendemos o desairamos a otros o simplemente no nos ofrecemos para dar alguna ayuda o servicio que podemos dar. Dios está siempre con nosotros y él sabe todo lo que hacemos, de manera que vale la pena tenerlo presente en todo momento, a fin de honrarlo y darle gloria.
“Señor, abre mis ojos para que te vea actuar en mi vida hoy mismo. Te ruego que venga tu Reino, para beneficio de todos los que tú quieres tocar y salvar por mi testimonio de vida. Déjame conocer tu amor, para que yo me ponga siempre a tu servicio.”
Romanos 8, 18-25
Salmo 126(125), 1-6

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