domingo, 29 de octubre de 2017

Meditación: Mateo 22, 34-40

Las palabras de Jesús son poderosas y penetran directamente hasta el corazón, porque Dios nos creó a su imagen y semejanza para que recibiéramos su amor y ese amor diera fruto en nosotros.

No hay poder más grande que el amor divino; desde el comienzo, Dios quiso que su amor fuera la fuerza dominante de su Reino. El Altísimo rige todo lo creado con la ternura y la compasión de su amor eterno, y nos llama a todos sus fieles, como personas y como comunidad, a adoptar el amor a Dios y al prójimo como principio muy superior a todo lo demás. Porque, en realidad, estamos llamados a administrar la creación en el nombre de Dios, unidos en el amor y ejerciendo su justicia en la tierra.Cuando el pecado entró en el mundo, el orden creado quedó trastornado y el privilegio del amor se desvirtuó. Hasta la palabra “amor” adoptó un significado distinto, para denotar un interés egoísta, sensual y la mezquindad de las intenciones del maligno. Sólo cuando Dios se revela —en la historia que leemos en el Antiguo Testamento y hasta la venida de Cristo— el amor recupera su debida dignidad.

Sólo el Espíritu Santo que actúa en nuestro corazón nos purifica de los conceptos erróneos del amor que hayamos tenido. Sólo por el Espíritu Santo podemos recibir el amor de Dios, que se nos ofrece libre e incondicionalmente y sólo por el Espíritu Santo podemos aprender a darlo a los demás. El amor de Dios es vivo y dinámico, capaz de transformar la vida, derribar los íntimos temores y sanar las amarguras de la vida.

Toda vez que nos reunimos para celebrar la Sagrada Eucaristía, recordamos el primer y principal don del amor a Dios: la muerte y la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. Por el poder de la cruz, todo el pecado ha quedado derrotado, y el amor divino llena el alma y el corazón de hombres, mujeres y niños.
“Amado Salvador y Redentor, participamos de tu Cuerpo y de tu Sangre con amor y devoción, para que nuestro Padre celestial reine más plena y libremente en nuestro corazón.”
Éxodo 22, 20-26
Salmo 18(17), 2-4. 47. 51
1 Tesalonicenses 1, 5-10

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