Cuando la escucha va más allá de la simple percepción de contenidos para prestar atención a las emociones y los gestos, entonces se constituye en un verdadero punto de encuentro entre las personas.
Inmersos en la palabrería y en la verborrea, se hace preciso generar espacios y tiempos de silencio en cada uno de nosotros. Para ello qué mejor que ser capaz de escuchar lo que merece la pena ser escuchado. La escucha genera espacio interior y habilita en el sujeto una posibilidad de poder respirar en medio del ruido sin fin en el que nos movemos. La escucha se convierte así en fuente fresca, en una dimensión vertebral de la coherencia en nuestro pensamiento interior.
Siguiendo la distinción que se usa en psicología, podríamos hablar de dos tipos de escucha. Por un lado estaría la escucha interior en tanto que oímos lo que pensamos y sentimos, y por otro lado la escucha externa en relación al otro que nos interpela y con el que interactuamos. Puntualizar, antes de continuar, que en ocasiones tanto la escucha interna y externa se convierten en meras audiciones, ya que solo apreciamos ruidos y no el mensaje que tiene que ser escuchado.
Cuando escuchamos, ¿realmente estamos pendientes de lo que el otro dice, o solo de aquello que nos interesa? ¿Somos conscientes de las emociones que surcan el rostro del otro cuando está frente a nosotros?
Así pues, dentro de esos tipos de escucha, podemos hacer otra disociación: la escucha de contenido, la escucha emocional y la escucha gestual, cada una de ella con sus matices y perfiles concretos. De todas estas la más común, aquella de la que hacemos uso normalmente, es la escucha de contenido, es decir, prestamos atención a aquel mensaje que el otro nos quiere transmitir. Pero, como acabamos de decir, no solo existe ésta, sino que hay dos a las que normalmente marginamos en pro de la anterior. Cuando escuchamos, ¿realmente estamos pendientes de lo que el otro dice, o solo de aquello que nos interesa? ¿Somos conscientes de las emociones que surcan el rostro del otro cuando está frente a nosotros? ¿Somos capaces de descubrir los matices gestuales que dicen también mucho sobre aquello que la persona quiere contar? Normalmente, estos dos aspectos caen en el anonimato pasando a un plano oscuro del que no sabemos nada y al que no prestamos ninguna atención.
La escucha emocional, esto es, el cómo se encuentra el otro mientras nos transmite el mensaje verbal es muy importante, pues constituye una gran parte del contenido del mensaje en cuestión. Las personas vivimos emociones constantemente en la vida: alegría, tristeza, enfado, rabia, enojo, ilusión… y lo mismo sucede mientras hablamos. Como se suele decir, la cara es el espejo del alma y, al hablar, ésta cambia y transmite detalles que el lenguaje verbal no puede recoger. Sería interesante para nosotros abrir nuestra perspectiva en relación a este tema, pues estoy convencido de que descubriríamos muchas más cosas que las que podemos creer.
Si escuchamos al otro percibiendo el contenido verbal, emocional y gestual que se construye en el diálogo, nos sorprenderemos de hasta qué punto nos hacemos presentes.
En este momento me viene la imagen de Jesús de Nazaret cuando atiende a unos y a otros en el camino, en la mesa, en el templo o en su propia oración. Jesús escucha, y cuando lo hace podemos descubrir en el evangelio que no es solo a nivel de contenido sino que él tiene en cuenta a toda la persona. Escucha el mensaje, pero también es capaz de percibir cómo vive el otro, qué es lo que está sintiendo en ese momento. Jesús mira a los ojos, no pierde de vista el rostro del que se acerca a él. Es capaz de vislumbrar el estado emocional del pobre, del ciego, de la hemorroisa, de la samaritana, del fariseo… Tal vez por esto logra dar en la diana cuando contesta, cuando interpela al otro, o incluso cuando contesta con su silencio. Jesús mira a la cara, no como nosotros que en la mayoría de las ocasiones evitamos encontrarnos en la mirada del otro, nos cuesta mantener su atención en nuestros ojos. Sin embargo, Jesús llega al fondo de la persona, es transparente, diáfano en su mirar, y por eso toca al sujeto en su mismidad.
La escucha se presenta para nosotros como una puerta en la que podemos encontrarnos. Un modo de estar con el otro en el que se produzca un encuentro auténtico pues nada del otro nos es indiferente. Si nos escuchamos y escuchamos al otro percibiendo el contenido verbal, emocional y gestual que se construye en el monólogo personal y en el diálogo, nos sorprenderemos de hasta qué punto nos hacemos presentes, estamos con los otros con una autenticidad indisoluble e inquebrantable. Un estar presentes sincero, honesto y verdadero.
Jose Chamorro
Reproducido de “Las Estaciones del silencio”, Jose Chamorro, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2012, páginas 303-305.
fuente texto y foto: Vivir agradecidos.
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