lunes, 30 de octubre de 2017

Construir desde la fragilidad

¿Quién no conoce el dilema de la ambigüedad interior? Esa realidad que nos hace hablar de una manera y actuar de otra. Así seguimos adelante. 

Hay momentos en que nuestros valores y principios son como caricaturas de lo mejor que existe en nosotros. Y seguimos adelante viviendo así hasta que llega el momento en que decidimos superar el sentido de «justicia autocomplaciente» para dar lugar a lo que somos en realidad: somos seres maravillosos en pleno proceso de despliegue de potencial. Cuando esto ocurre y dejamos de vivir desconectados nosotros mismos se inicia un proceso humanizador con una fuerza abrasadora. 

«La pregunta “¿quién soy yo?” nace con el ser humano. O a la inversa: el ser humano nace en el momento mismo en que alguien se preguntó “¿quién soy yo?» (E. Martínez Lozano). Este cuestionamiento recibe dos respuestas distintas, la que ofrece la mente, que será siempre limitada en su construcción, y la que emerge del centro de nuestro ser que es plena y no mediada por la mente. De la respuesta que demos depende toda nuestra vida. «Cuando es inadecuada, nos vemos sumergidos en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento, para uno mismo y para los demás. Hacemos y nos hacemos daño, debido a la inconsciencia de quienes somos, que nos lleva a estar enajenados, alienados, dislocados.» (E. Martínez Lozano)

El ser humano, el cristiano, todavía no ha dado lo mejor de sí mismo. Aún tiene potencial que descubrir, metas que alcanzar y límites que romper. Reconstruir nuestra identidad de ser «seres humanos» es uno de los carismas del don de la creación. La manera de hacerlo, es ahondando en nuestro ser mediante la oración, habitando el silencio ensordecedor que nos grita con voz fuerte y firme quiénes somos. Sólo así el proyecto humanizador del mundo será una realidad a nuestro alrededor. Esto significa hacerlo con las mismas personas que, producto del mismo sistema en el que estoy yo, van adquiriendo una conciencia nueva. No es fácil imaginar que existan personas que quieran mejorar el mundo como lo queremos cada uno de nosotros, pero si no podemos proponer o esbozar siquiera con nuestros gestos, actitudes, palabras, pensamientos, que estamos dispuestos a la revolución, no se enterarán del deseo que habita en nosotros de colaborar para que el mundo sea mejor. La voz interior que nos viene hablando hace tiempo, también está susurrando al corazón de los otros. Liberemos en nosotros el anhelo de vivir un mundo mejor. ¡Construyámoslo juntos!

Javier Rojas, SJ 
Director Regional
de la Red Mundial de Oración del Papa
Argentina-Uruguay-Paraguay

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