"He venido a traer fuego a la tierra." (Lucas 12, 49)
Jesús dice que no vino a traer paz a la tierra, sino un bautismo de purificación. La mayoría de las personas prefieren escuchar un evangelio de gozo, paz y perdón, sin la mención de sufrimientos ni de negación de uno mismo. Pero el pecado requiere purificación; sin ésta es imposible que haya vida nueva; la vida antigua debe morir, para que surja la nueva.
Dios envió la luz al mundo, pero “los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Juan 3,19). Jesús es la luz y él vino a traernos la verdad de Dios. Por eso, los que se entregan a Jesús son transformados y cuando se examinan a sí mismos y se someten al poder de la cruz y a la obra purificadora de la sangre de Cristo, su pecado muere y ellos crecen en alegría, bondad y paz.
Pero los que rechazan a Jesús no sólo permanecen en tinieblas, sino que odian la luz de Dios. A causa de esto, habrá división en muchas familias; momentos de ira y desconfianza; quizá muchos de los que amamos nos tratarán con rechazo, mofa y desprecio. Seguir a Cristo puede resultar muy caro.
¿Quién está dispuesto a pagar semejante precio? Aunque el corazón esté deseoso, la carne siempre es débil. Pero si aquello que queremos adquirir nos parece sumamente valioso, el precio no parece tan alto. Jesús es la perla de gran precio que el comerciante, para comprarla, vendió todo lo que tenía (Mateo 13, 45-46). Para amar a Jesús y considerarlo como la perla de gran valor, tenemos que conocerlo. Y para conocerlo realmente hay que buscarlo en la oración, leer y escuchar su Palabra en la Escritura y encontrarlo en la Eucaristía y demás sacramentos.
Cuando mantenemos esta comunión con Cristo, él nos enseña y se nos revela más claramente. Entonces es cuando deseamos aceptar todo el mensaje del Evangelio, porque todas las demás ideas, creencias, filosofías y opiniones habrán perdido valor ante la resplandeciente luz de Cristo.
Dios desea ayudarnos, fortalecernos y revelarse a todos sus hijos. Deja, hermano, que Cristo alumbre tu vida interior y te colme de alegría, felicidad y la esperanza cierta de la salvación.
“Espíritu Santo, muéveme a buscar la faz de Dios. Concédeme el deseo de purificarme y aceptar el mensaje del Evangelio completo sin importarme cuánto me cueste.”
Romanos 6, 19-23
Salmo 1, 1-4. 6
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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