viernes, 20 de octubre de 2017

Meditación: Lucas 12, 1-7

San Pablo de la Cruz, presbítero
No teman a aquellos que matan el cuerpo… No teman, pues, porque ustedes valen mucho más que todos los pajarillos. (Lucas 12, 4. 7)



El temor no es siempre malo. Dios mismo puso en nuestro interior esa emoción con el fin de estimularnos a fijar la atención y prepararnos para hacer frente a situaciones de peligro, cualesquiera que sean. Pero muchas veces tenemos miedos exagerados o mal orientados, cuando nos dejamos dominar por el pánico. A veces hay situaciones que nos causan miedo infundado o por razones incorrectas.
Cuando nos fijamos demasiado en nosotros mismos, el miedo nos paraliza. Tal vez no compartimos nuestra fe porque tememos que otros nos critiquen o que si decimos algo incorrecto decepcionemos a otras personas o incluso a Dios mismo. Y cuando somos presa de la inseguridad frente al futuro, nos olvidamos de que el Señor es bueno y fiel: ¿Qué pasará si el calentamiento global derrite los casquetes polares de la tierra? ¿O si los terroristas envenenan las fuentes de agua potable? ¿Y si uno mismo o un ser querido contrae una enfermedad incurable?
Este tipo de miedo es obra del diablo, porque éste quiere que vivamos bajo nubes oscuras y amenazadoras de temor y ansiedad, para que no busquemos a Dios y ni encontremos la fuerza, el coraje y la confianza que necesitamos para avanzar. Sabe que cuando nos dejamos llevar por el miedo, nos quedamos paralizados y a merced de sus diabólicas tramas y engaños y no podemos hacer lo que Dios nos pide. Nos olvidamos de que el Señor nos cuida con amor, cosa que Jesús nos demuestra claramente cuando nos recuerda que hasta los pajarillos están bajo su protección (Lucas 12, 6).

El temor puede ser algo bueno y positivo, pero mal concebido puede dominarnos y hacernos espiritualmente esclavos. Por ejemplo, es normal preocuparse por la seguridad del marido o la esposa y de los hijos, pero no es bueno que esta preocupación se transforme en un sentimiento de ansiedad y pánico de tragedias inminentes. Si esto ocurre, podemos rezarle al Señor y pedirle protección y liberación. Podemos entregarnos en sus manos y decirle que sabemos que no podemos controlar todo lo que sucede, pero que confiamos en él y en su plan.
“Amado Jesús, ayúdame a erradicar de mí el miedo innecesario o infundado y confiar más en tu amor poderoso y personal.”
Romanos 4, 1-8
Salmo 32(31), 1-2. 5. 11
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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