La historia suele narrarse en términos de batallas, conquistas, líderes militares… Sin embargo, el hilo conductor de la historia es la empatía, que ha hecho asociarnos, ayudarnos mutuamente, buscar soluciones. En ella está la llave para construir un mundo mejor.
Es curiosa la conclusión que se puede extraer si se leen algunas narraciones de la historia del ser humano. Todas ellas parecen tener un especial interés solo en los acontecimientos bélicos, de conquista, de lucha, de aquellos que hablan de los grandes héroes o de los llamados malvados. También observamos cómo los avances tecnológicos y las injusticias económicas o sociales ocupan parte de estas páginas llenas en sí de un espíritu un tanto morboso y oscuro. Si acaso nombran los aspectos filosóficos, lo hacen en relación al poder. En rarísimas ocasiones hemos leído sobre otros temas. Como dice Jeremy Rifkin: “Rara vez los hemos oído hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y la sociedad”. (1)
La empatía es el motor que ha hecho que todos progresemos, haciendo que avance nuestra civilización.
El relato del ser humano está escrito por aquellos que quedaron descontentos o quisieron ejercer algún tipo de autoridad o bien explotar a otros, aquellos interesados en reparar agravios y restablecer la justicia en una búsqueda, siempre insatisfecha, de la patología que supone el poder. Quizás esto mismo nos hace difícil hacer otro análisis de la propia naturaleza del ser humano. Pero lo cierto es que si la historia solo hubiese sido tan sangrienta y cruel como la hemos leído y aprendido, es difícil entender cómo el ser humano está aún sobre la faz de la tierra. La historia también ha estado cargada de pasión, de compasión y gestos que han revelado el rostro más humano de las personas. Se ha escrito y se escribe desde el discurrir cotidiano que, si bien está lleno de tensiones, conflictos y calamidades, también lo está de actos generosos, de bondad y de ternura.
Esta historia del día a día, que es la hebra madre de toda la trama global, es la que por su falta de interés periodístico y económico no sale a la luz ni es reconocida como importante, pero es en esta narración en la que se relata el mayor número de actos que imprimen consuelo al corazón, que engendran compasión y buena voluntad, que ensamblan vínculos sociales de tal escala que traen la alegría a la vida de la gente. Es aquí donde podemos observar la naturaleza profunda que ha impulsado al ser humano donde se encuentra en nuestros días, un ser humano que se ha descubierto como sapiens y demens pero también empathicus. Porque nadie puede dudar que es mediante la empatía como las personas hemos creado todo el espacio y la red social en que vivimos. Es la empatía, por tanto, el motor que ha hecho que todos progresemos, haciendo que avance nuestra civilización.
Llama la atención, en consecuencia, que no haya sido objeto de estudio la conciencia empática por parte de los historiadores. Sin embargo, estoy convencido, al igual que muchos otros autores que han profundizado más aún en el tema, que esta conciencia es el relato más importante que hay bajo la historia humana. Una conciencia empática que podríamos valorar como parte de la ética del cuidado (2) que desde entonces se viene gestando y madurando en el corazón del individuo. Esta ética que tanto ha tardado en desarrollarse pero que ha tenido como punta de lanza a la empatía, es la llave que precisamos para responder a muchos conflictos sociales y culturales que sí son objeto de atención y cuya repercusión mediática intranquiliza la conciencia de aquellos que están comprometidos con las bellas causas.
La empatía es la llave que precisamos para responder a muchos conflictos sociales, cuya repercusión mediática intranquiliza la conciencia de aquellos que están comprometidos con las bellas causas.
Aunque la conciencia empática ha estado en el transfondo de la historia, no fue hasta el siglo XIX cuando apareció el término “empatía” en el ámbito alemán y haciendo referencia a la estética. No obstante, después se ha ido extendiendo con tal fuerza que ya forma parte de la jerga psicológica, sobre todo en su enfoque humanista. Hoy en día el interés por la empatía se ha filtrado en muchos y variados campos; hasta los biólogos hablan con mucho entusiasmo del descubrimiento de la neurona espejo (o más conocida como la neurona de la empatía) que dicen establece una predisposición genética a la respuesta empática en algunos mamíferos. Hasta la teología ha visto un reflejo de ésta en la actitud de hermandad que Francisco de Asís vivía en relación a todo lo que le rodeaba. Es la empatía la vivencia que también habría que hacer extensiva al ámbito educativo, pues no olvidemos que en el aprendizaje profundo de los niños y adolescentes es donde se encuentra inmersa la semilla de un mundo mejor.(3)
Está claro que para nosotros da igual cuál haya sido la génesis de la empatía, pues lo que interesa es la vivencia personal y singular que cada uno tenemos de ella. Es esta experiencia, de Homo Empathicus, la que hace creíble lo que otros nos cuentan a propósito de ella. La conexión que establecemos mediante la empatía, tanto en relación a la Tierra como con el ser humano que sufre y que también se alegra, es la clave del éxito que buscamos si queremos recoger el mayor fruto que hayamos sembrado: un mundo nuevo que cada día, a pesar de todo, es más posible.
Jose Chamorro
Reproducido de “Las Estaciones del silencio”, Jose Chamorro, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2012, páginas 317-319.
Notas:
(1) La Civilización Empática, Madrid 2010,19.
(2) Cfr. L. BOFF, El Cuidado Esencial, Trotta, Madrid 2002.
(3) Para este nuevo modo de concebir la educación sugiero la obra de C. NARANJO, Cambiar la Educación para Cambiar el Mundo, La Llave, Vitoria 2007.
Fuente: Vidas Agradecidas
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