miércoles, 2 de diciembre de 2015

Meditación: Mateo 15, 29-37

Cómo sería si usted fuera al hospital local y comenzara a rezar por los pacientes para que su curaran, y todos ellos empezaran a saltar de sus camas gritando con alegría porque se habían sanado.

¿No le parecería asombroso? Bueno, algo parecido fue lo que los discípulos de Jesús experimentaron cuando vieron con sorpresa que “los cojos andaban y los ciegos podían ver” (Mateo 15, 31).

Dondequiera que fuera, Jesús encontraba a personas que sufrían y en cada caso lo que sentía era compasión por ellos, de modo que su amor le movía a realizar todos aquellos milagros, porque su amor le hacía desear que toda esa gente se sanara y recibiera todas las bendiciones del Reino. ¡Y con cada milagro, Jesús mostró que Dios estaba más cerca de lo que ellos pensaban! Así derribó las barreras del pecado y la enfermedad e incluso de la muerte, sólo para estar con ellos.

En la historia de hoy, Jesús bendijo el pan, lo partió y lo compartió con sus seguidores. Hoy, él hace lo mismo cada vez nos congregamos para celebrar la Sagrada Eucaristía. La diferencia es que ahora, el Señor nos alimenta con su mismo Cuerpo y Sangre, no con panes y peces. En la antigüedad, sació el hambre física de la gente; ahora sacia nuestra hambre interior, el hambre de amor, de misericordia, de compañía y también de curación.

¿Hay algún aspecto de tu vida en el que necesites un milagro o una curación? No tengas miedo de venir a Jesús y pedirle. ¡Anda, atrévete e imítalos! Siéntate con Jesús en la Misa y escucha su palabra. Contempla maravillado cuando el sacerdote eleva la sagrada hostia y el cáliz hacia tu Padre celestial. Luego, ven y recibe Jesús, con el corazón abierto, y dando un paso de fe. Espera que suceda algo. Pídele al Señor que te sacie y te cure. Incluso si ves que no sucede nada de inmediato, convéncete de que el Señor está todavía trabajando en ti. Recuerda que has recibido a Cristo en persona. Él está contigo y está en ti. Espera con paciencia, y él te mostrará que está dentro de ti.
“Gracias, amado Jesús, por todos los milagros pequeños y grandes que has hecho para mí en la vida. Tú eres mi Señor y mi Salvador, digno de toda alabanza y bendición.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros 

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