viernes, 5 de febrero de 2016

Meditación: Marcos 6, 14-29


¡Qué extraordinario fue el testimonio de vida de Juan el Bautista que lo confundieron con el Salvador del mundo! Piense especialmente en el tiempo que Juan dedicaba a la oración, la meditación profunda en la Sagrada Escritura y en la libertad y el gozo que experimentaba al practicar el arrepentimiento. ¡Así fue como pudo llevar a tanta gente a creer en la misericordia de Dios!

Por esta relación tan personal que tenía con el Altísimo, Juan pudo reconocer que Jesús era el Mesías prometido y el enviado por Dios a bautizar con el Espíritu Santo. Así se dio cuenta de que, por muy importante que él fuera, su bautismo no era nada más que una preparación para este Bautismo más importante que Jesús ofrecería, es decir, la inmersión completa en el Espíritu y la vida misma de Dios, una inmersión que desencadenaría el poder divino para vivir tal como vivió el Mesías.

Ahora bien, así como Dios llamó y envió al Bautista, también nos llama y nos envía a cada uno de sus fieles a preparar el camino para que muchas personas más tengan la gloriosa experiencia de conocer y recibir a Cristo en su vida, y el Señor sabe que solamente podemos cumplir este cometido si hacemos lo posible por imitar a Jesús, como lo hizo Juan, y si confiamos en el poder transformador del Espíritu Santo.

Para el Bautista, esto significó orar con fe y devoción y arrepentirse de corazón de cualquier falta o error, pero también implicó una inquebrantable decisión de obedecer la llamada de Dios lo mejor posible; significó dejar de lado sus propios planes y razonamientos y disponerse a seguir la guía de Dios, por radical que ésta fuera.

Es posible que todo esto parezca un poco exagerado, pero en realidad no lo es, especialmente si lo comparamos con todo lo que hemos recibido de Dios. Cuando hacemos nuestra parte, el Espíritu Santo hace la suya, y nos ayuda a crecer en la fe, confiar cada día más en Dios e imitar a Jesús en nuestra forma de actuar y de relacionarnos con los demás.
“Espíritu Santo, Señor mío, ven y haz tu morada en mi corazón. Transfórmame y enséñame a ser como Jesús, para que muchos sepan lo maravilloso y amoroso que es nuestro Dios. Ven, Espíritu Santo, y ayúdame a ser portador de Cristo para la salvación de quienes no te conocen.”

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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