martes, 2 de febrero de 2016

Orando con poder - Entrega III

BATALLA ESPIRITUAL
Venciendo al enemigo
Entrega III

Los ángeles son operarios a quien Dios confía tareas. “¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados al servicio de aquellos que deberán heredar la salvación?” (cfr. Hb. 1,14)

Hubo un ángel particularmente esplendoroso: Lucifer. El era lindo, inteligente, creado por Dios con la maravillosa misión de preparar esta tierra para la venida de su Hijo Jesús y los hijos de Dios.
El fue constituido por Dios como “príncipe de este mundo”. Jesús, el Hijo de Dios, sería el Rey, mas el sería el príncipe, aquel que prepararía la tierra y la humanidad para el Rey que vendría. En la tentación del desierto, el demonio dijo: “Yo te daré todo este poder y la riqueza de estos reinos, pues a mi es que fueron dados, y yo los puedo dar a quien lo quiera. Por lo tanto, si te postras delante de mi, todo será tuyo” (cfr. Lc. 4, 6-7)

Jesús no lo llamó mentiroso porque realmente esos reinos fueron entregados por Dios a Lucifer, pero con la misión de transformarlos en escenario para el Reino de Dios. El fue justamente aquel ángel a quien Dios confió la tarea de preparar la tierra y la humanidad para que el Salvador viniese y tomase posesión como Rey.
Pero, sintiéndose tan lleno de sí, orgulloso y prepotente, Lucifer –al saber que el Hijo de Dios vendría a gobernar el mundo, como hombre, y que tendría una madre que le daría un cuerpo, o sea, un hombre en el pleno sentido de la palabra- contestó inmediatamente, con rebeldía:

“No, quien manda aquí soy yo. Yo soy un espíritu, y mira qué espíritu que soy! Yo soy el príncipe, el gobernador. No, Su Hijo hecho hombre, no. Si Él viniese como Dios, todo bien, pero hecho hombre, no. No voy a postrarme delante de un hombre; no voy adorar, no voy a dar culto, no voy a servir a un hombre. No! Soy un ángel, un príncipe, el príncipe de este mundo. Soy un espíritu de luz, soberano”

La razón de ser de su existencia era servir al Hijo de Dios hecho hombre; por lo tanto al negarse a servirlo, Lucifer perdió su razón de ser.

A partir de entonces, en vez de preparar la humanidad para recibir a Jesús, el pasó a actuar justamente lo contrario: en vez de hacer el bien practicó el mal; en vez de la pureza, la depravación. Este fue el motivo por el que Lucifer, luego que Dios colocó a sus hijos en la tierra, haya aparecido con aquella conversación engañadora: “Pero Dios… El no quiere que ustedes conozcan el bien y el mal… En la hora en que ustedes coman del fruto del bien y del mal, ustedes sabrán todo, ustedes serán como Dios!” (cfr. Gn 3, 1-4)

Ilusionados, Adán y Eva, nuestros primeros padres, desobedecieron y cayeron en el engaño del enemigo. Hicieron alianza con el y, una vez hecha la alianza, se perdieron. Esta es la raíz de toda desgracia que sucede desde la creación del mundo. Cuando Jesús observó el gran estrago en el plan del Padre, dijo:

Padre, ahora más que nunca, yo voy. Si no puedo llegar a reinar, acepto ir por obediencia, para humillarme, hasta morir. Acepto realizarlo en dos tiempos: una primera vez voy a humillarme, ser rechazado, sufrir, obedecer. Lucifer debía obedecer, pero no obedeció. Los hombres debieron obedecer, pero desobedecieron. Padre, yo voy para obedecer.

Por esa razón, al entrar en el mundo, Cristo declara: “No quisiste víctima ni ofrenda, pero formaste un cuerpo para mi. No fueron de tu agrado holocaustos ni sacrificios por el pecado. Entonces yo dije: E aquí que vine, oh Dios, para hacer Tu voluntad, como está escrito en el libro a mi respecto” (Sal 39, 7ss) En el inicio él dice: “No quisiste, ni fueron de tu agrado víctimas y ofrendas, holocaustos y sacrificios por el pecado” –cosas ofrecidas según la Ley. Y entonces declaró:Yo viene para hacer tu voluntad”. Con eso el suprime el primer sacrificio, para establecer el segundo. Es en virtud de esta voluntad que somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, realizada una vez por todas (Heb. 10, 5-10)

El vino, se hizo obediente hasta la muerte en cruz. Por eso fue exaltado y le fue dado un nombre que está encima de todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el Cielo, en la Tierra y en el Infierno y toda lengua proclame, para la gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor. (cfr. Fl 2, 6-11)

Espero que hayas comprendido por qué el Hijo de Dios dijo: “Yo acepto, Padre!” Jesús vino y murió humillado. La máxima humillación que una persona podría soportar. Él, que era el Hijo de Dios, el Rey de los reyes, o Señor de los señores, pasó a ser considerado malhechor. Pero el Padre lo resucitó y Él está en los Cielos, aguardando el segundo momento, la hora de su venida gloriosa, cuando vendrá a reinar sobre la Tierra.
Y entre el primero y el segundo momento El colocó la Iglesia. Somos esa Iglesia y estamos viviendo entre el primer y segundo tiempo: el primer tiempo ya aconteció –Jesús fue humillado, pero venció por la resurrección; y actualmente estamos en el segundo tiempo – y Jesús vendrá y reinará en este mundo con toda su gloria.

Por eso, nuestro principal papel como intercesores es proclamar: “Jesucristo es el Señor!”. Siempre lo fue: El vino la primera vez, se humilló y aceptó ser humillado. Se ofreció en sacrificio de las almas pecadoras y murió en la cruz. Pero ahora El vendrá para ser el Señor. El vendrá para ser Jesús, el Dios que salva; para ser el Cristo, el Mesías, el Esperado.

El Padre ya probó que Cristo es el Señor porque lo resucitó de entre los muertos y lo llevó arrebatado para los Cielos. La segunda vez, El vendrá y establecerá su señorío. El vendrá para gobernar esta tierra y establecer aquí su Reino. Y tendremos una Tierra nueva, con una nueva humanidad.

“Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: "Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile.“
Hechos 2, 24-25

Nuestra generación e intercesión preparan el campo para la vuelta de Cristo. Este es el papel de la Iglesia de estos últimos tiempos. Lo que Lucifer no hizo, nosotros, Iglesia, estamos haciendo: preparando la Tierra para el reino de Jesús.

El Padre quería que el Reino de los Cielos estuviese también en esta Tierra con toda su belleza. Tanto es así que, cuando los apóstoles pidieron a Jesús que enseñase una oración, como los maestros solían hacer en la época y como el propio Juan Bautista enseño a sus discípulos (cfr. Jn 11,1), Jesús les dijo: “Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.” Mt. 6, 9-10

El Padre creó esta Tierra para establecer en ella su Reino. Por lo tanto, lo que hoy acontece es una profanación que nos lleva a entender mejor este trecho de las Escrituras: “Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros.” Rom 8,18

Padecemos la tentación de pensar en la gloria futura que nos debe ser manifestada en el Cielo. No! Es a esta Tierra que el Cielo vendrá, el Reino de Dios vendrá y será restaurado aquí. “En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza.” Rom 8, 19-20

La Tierra fue creada y, con ella, todo lo que la puebla: estrellas, mares, ríos, plantas, montañas, animales, insectos, flores. Todo fue creado para ser el escenario del Cielo, el escenario del Reino de Dios, donde el trono del Hijo de Dios será instalado para que El reine aquí como el Señor:

“Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.”
Rom 8, 20-21

“Vanidad” aquí no significa la valorización de la propia apariencia, sino en el sentido exacto de la palabra: vacío, hueco, vaciado.

Hoy, por la tanto, la tierra esta profanada: los lugares más lindos son los más profanados, y no sólo por pecados vergonzosos, cometidos justamente en esos lugares, sino porque son usados para prácticas rituales esotéricas y hasta para cultos satánicos. Son escogidos los lugares más bonitos: las más lindas montañas y playas, los más bellos panoramas. Así profanan la Tierra, pero debido a la maravillosa gracia de Dios, la creación vive.

“Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.”
Rom 8,21

La creación espera por eso: un día ella servirá de escenario para el Hijo de Dios, para el Reino de Dios, para el gobierno de Jesús en esta Tierra. Por eso, todo lo que fue creado grita: “Ven, Señor Jesús!” Ven pronto! Y que la manifestación de los hijos de Dios suceda! No queremos más ser usados para la corrupción!”. Las flores, los mares, los ríos, las montañas dicen: “No queremos más que nos profanen. ¡Ven Señor Jesús!”

Esa es la realidad que olvidamos. También fuimos vaciados. Esta es una verdad básica que Pablo enseñaba a los primeros cristianos; no eran antiguos cristianos, sino cristianos recién convertidos a quien Pablo enseñaba realidades que nosotros perdimos. Pero hoy el Señor nos devuelve aquello que nos fue robado. “Pues sabemos que toda la creación gime y sufre con dolores de parto hasta el presente día” cfr. Rom 8,22

En efecto, sabemos que toda la creación, hasta el presente está gimiendo como dolores de parto. La creación quiere poner bajo la luz al Hijo de Dios, poner bajo la luz la Tierra Nueva. La Tierra reza el Padrenuestro así como las flores, los ríos, las montañas: “Venga a nosotros tu Reino, sea hecha Tu voluntad”.

Queremos hacer la voluntad del Padre y queremos que todos los hijos de Dios también la hagan. Pero, desgraciadamente, pocos siguen su voluntad, y las consecuencias son el desorden y la corrupción del mundo actual.

El mundo está desenfrenado, nada lo asegura. Y no sirve de nada tener ilusiones de que algún gobierno, partido o ideología podrá resolver la situación. ¿Qué sucedió con la ideología comunista, marxista? ¿Qué aconteció con el muro de Berlín?

La Salvación viene del Señor: el “Dios que salva” es Jesús. El Mesías esperado, el Cristo ungido es Jesús! El es el Señor, El es el Kyrios! El es la solución!

“El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación”.
Hch 4, 11-12

Tal vez te preguntes “Pero, ¿por qué aún no vino?” Jesús todavía no vino porque, antes, es necesario limpiar la faz de la tierra, sacar a los hijos de Dios de la suciedad, de la basura en que están. Si, aún los hijos de Dios insisten: “Queremos quedarnos en la basura! Queremos quedar en la suciedad! Déjennos aquí!, Jesús es obligado, por misericordia, a retardar Su venida. Como no quiere perder a ninguno la retarda Su venida, otorga más oportunidad y más tiempo para que todos los “hijos pródigos” retomen a la casa del Padre.

Estamos ahora en “el tiempo de la misericordia”, y el Señor manifiesta cada vez más Su inmensa misericordia. Pero es “un tiempo” y todo tiempo tiene un fin. Cuando El venga estará finalizando el tiempo de la misericordia y el Señor será obligado a usar Su Justicia. Tanto cuanto misericordioso, Él es Justo.

“Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin.”
Mt 24, 14

Todo lo que sea pecado, maldad, mugre, impureza será destruido. Es ese el motivo de retardar su venida. Siente su maravillosa misericordia, Dios no quiere destruirnos, porque es Santo y necesita implantar su santidad aquí en esta Tierra. Esa es la razón por la que Él quiere santificar a los suyos. Y los santos, siendo santos, ayudarán en el proceso de santificación de los otros. Esta es la manera de asumir la venida del Señor: nuestra santidad de vida.

Jesús sabe que el pecado será quemado, cauterizado, por Su presencia. El enemigo será desterrado. Y el enemigo no va a dejar a su presa tan fácilmente: el intentará llevar con él los que son de él, los que están a su servicio. Por eso, el Señor espera, aguarda. Como en un partido de futbol, cuando se aproxima el fin, es necesario definir el partido. Jesús está aguardando la orden del Padre. El sabe que llegará el momento en que el Padre le dará la orden: “Hijo, puedes entrar el campo!” y Él definirá el partido.


Mons. Jonas Abib
Libro “Orando com poder”
Editora: Canção Nova.

Adaptación del original em português.

No hay comentarios:

Publicar un comentario