Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!". Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!". Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó. Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio. En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti". El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.
RESONAR DE LA PALABRA
Pedro Belderrain, cmf
Queridos hermanos,
Dicen que el lunes tiene mala fama. Es un día más, pero su condición de regreso a la vida ordinaria tras el fin de semana hace que muchas personas no lo miren bien.
Disfrutamos hoy de un lunes especial, que es además puerta de un febrero de 29 días. Es fácil que durante la jornada oigamos comentarios diversos: unos acentuarán qué rápido pasa el tiempo; parece que ayer estábamos en Navidad. Otros, por el contrario, transmitirán la sensación de que en enero han pasado muchas cosas, como si hubiéramos estrenado 2016 hace un siglo. Sí es verdad que este año tiene sus peculiaridades: no llevamos cuatro semanas de tiempo ordinario y tenemos encima la Cuaresma; en diez días escucharemos redoblarse las llamadas a la conversión y al encuentro sincero con Cristo el Señor.
Ese mismo Cristo se ofrece hoy a nuestra contemplación serena y gozosa. Jesús llega con sus discípulos a una región -la de los gerasenos-, en la que acontece este episodio tan singular. Lo primero que podemos pedirle al Espíritu es que abra nuestro corazón para que entendamos la Palabra del Maestro: ¿qué quiere narrarnos esta historia?, ¿en qué ha de fijarse nuestra atención? El relato es minucioso y corremos el riesgo de enredarnos en cuestiones muy secundarias: ¿cuántos eran los espíritus?, ¿qué pasó realmente con los cerdos?, ¿qué vida llevaba en verdad el endemoniado?...
Una vez más estamos ante Jesús, un Jesús valiente que vive abriendo paso al Reino del Padre, a su voluntad, a su proyecto de restauración de la creación. ¿Qué hace uno de sus hijos viviendo entre sepulcros, apartado de sus hermanos, desesperado, dándose golpes incluso a sí mismo?
Hay una expresión castellana que me desasosiega mucho. Se usa para referirse a situaciones o personas que parecen no tener remedio: se las dice “dejadas de la mano de Dios”. Algún diccionario traduce ‘abandonadas, sin solución’. Pero la Resurrección y la Revelación han dejado una cosa bien clara: no ha habido ni hay ni habrá ser humano alguno dejado de la mano de Dios. ¡Todo lo contrario! Dios nos ofrece sus manos bien abiertas: con claridad, con cercanía, con ternura…
Ábrete al relato, déjate tocar por la presencia sanadora de Jesús. Cuando lo hayas hecho presta atención a los detalles que quieras, pero antes no te dejes enredar. ¡Qué empieces bien la semana!
Comentario publicado por Ciudad Redonda.
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