Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
RESONAR DE LA PALABRA
Pedro Belderrain, cmf
Queridos hermanos,
La bella celebración de ayer tiene sus pequeños inconvenientes. Uno es que ha interrumpido nuestro acercamiento continuo al evangelio según san Marcos. Retomamos hoy esa lectura, que ayer nos habría hecho testigos de los encuentros de Jesús con la hija de Jairo y con la mujer que llevaba años sufriendo flujos de sangre.
Hoy el escenario es otro, y bien relevante: Jesús retorna a su pueblo, al encuentro con los suyos. Mirando lo que pasa en nuestros pueblos y ciudades cabe imaginarse qué habría sido de Nazaret si Jesús hubiera sido un Mesías de otro tipo: placas, estatuas, museos, fundaciones, premios… Todo el mundo se habría apuntado a reivindicar su legado, a hacerlo suyo, a presumir de su relación con él. Pero la reacción de sus vecinos fue otra.
Se trata de algo que puede interpretarse de muchos modos. Uno de ellos parece bien razonable: la autoridad de Jesús y su capacidad de ‘hacer milagros’ no encajan en los esquemas, en las pre-comprensiones de los habitantes de Nazaret: ¿Cómo va a ser el Mesías el hijo de María, el carpintero, el pariente de Santiago, José, Judas y Simón?
Casi todos tendemos a ello. Definimos con rapidez y facilidad cómo pueden ser las cosas, hasta dónde pueden llegar las personas, a qué podemos aspirar. ¿Y si Dios quiere plantearnos algo distinto (como hace tantas veces)? La Historia de la Salvación abunda en esos gestos inesperados del Padre: ¿quién habría esperado de Moisés, de David, de María, de Pablo, de Pedro, lo que el Espíritu hizo en y con ellos? No digamos si extendemos la lista a la posterior historia de los discípulos.
Muchos discípulos de Jesús vamos dejando de confrontarnos con el Decálogo. Quizá debamos volver a hacerlo más. ¿Qué significa la invitación a no tomar el nombre de Dios en vano? ¿Cómo traducir en nuestra vida de hombres y mujeres del siglo XXI la llamada a dejar a Dios ser Dios, a reconocer su majestad y soberanía? ¡Cuántas sorpresas nos llevaremos el día de la manifestación gloriosa y definitiva de Jesucristo! Sí, sí, del hijo de María, del carpintero, del Señor de la Gloria.
Publicado por Ciudad Redonda
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