viernes, 2 de diciembre de 2016

Meditación: Mateo 9, 27-31


“Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.” (Salmo 27, 13)

Siglos antes de la venida de Cristo, el profeta Isaías había dicho que en los tiempos mesiánicos se verían por todas partes los prodigios del Señor: “Los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad” (Isaías 29, 18). La curación de los ciegos sería sin duda una obra de Dios, no humana; aunque para ser realidad, todos tendrían que creer y estar dispuestos a aceptarla.

Por eso Jesús atendió y curó a los ciegos que a viva voz le suplicaban al “Hijo de David”, título mesiánico que señalaba en él la presencia de Dios. Antes de actuar, Cristo les preguntó: “¿Creen que puedo hacerlo?” (Mateo 9, 28), porque era preciso que tuvieran fe para poder ver, ya que su vista dependía de la firmeza de su fe: “Que se haga en ustedes conforme a su fe” (Mateo 9, 29). ¡Qué hecho tan impresionante y asombroso!

Sin embargo, lo más probable es que nosotros nos sintamos muy tocados porque los ciegos recuperaron la vista, pero tal vez no nos sintamos tan movidos a imitar su fe en Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la fe es un don completamente gratuito de Dios: “Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios” (CIC 162). Jesús ha inaugurado el Reino de Dios y los milagros y maravillas que vemos en la historia cristiana son señales de que el Reino está entre nosotros.

Con todo, no siempre esperamos que el Señor actúe en nuestra vida. Las curaciones son señales de que el Reino de Dios ha irrumpido en el mundo, y cuando ejercitamos la fe, nos disponemos a aceptar la acción del Reino celestial en cualquier forma que se manifieste.

El Señor vino a salvarnos y quiere completar su obra en todos sus fieles. Presentémosle hoy nuestro corazón abierto y dejemos que el Reino de Dios eche raíces en nosotros. Reconozcamos su poder leyendo en la Escritura las maravillas que realizó el Señor en la tierra y aceptemos lo que la Iglesia nos ha enseñado a través de los siglos. Luego, actuemos por fe. De esta forma se nos abrirá la vista espiritual, que es la que más importa, porque no sólo perdurará en la vida eterna, sino que nos permitirá ver y contemplar la hermosura del Señor.
“Señor Jesús, Hijo de David, Mesías, ten piedad de nosotros. Tú, que eres la luz del mundo, ilumina nuestra oscuridad y sana nuestra ceguera, fortalece nuestra fe y llévanos a tu luz.”
Isaías 29, 17-24
Salmo 27(26), 1. 4. 13-14

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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