Se dice que la vestimenta revela algo de quien la lleva. Esto también sucedía en cierto modo en el tiempo de Jesús, solo que de una forma más directa, porque todos los judíos debían vestirse de un cierto modo peculiar.
Era porque, en la época de Moisés, Dios instruyó al pueblo a que pusieran borlas con flecos en los bordes de sus túnicas diciéndoles: “Cuando ustedes vean las borlas, se acordarán de todos los mandamientos que yo les he dado y los cumplirán, y no se dejarán llevar por sus propios pensamientos y deseos, por los cuales ustedes han dejado de serme fieles” (Números 15, 39).
Las borlas eran un recordatorio de que el pueblo hebreo era distinto de los pueblos vecinos, que eran paganos, y así llegaron a ser una señal de su ascendencia judía y su alianza con el Señor. Era algo similar a la forma en que muchos cristianos de hoy llevan una cruz al cuello.
De modo que no era simplemente superstición el hecho de que los judíos en Genesaret llevaran a sus enfermos al mercado con la esperanza de que pudieran tocar el borde del manto de Jesús; era en realidad un acto de fe. Era su manera de decir: “Jesús, creo que tú tienes una comunión especial con Dios. Por favor, ¡sáname!”
Este entendimiento nos ayudará a captar mejor el pasaje de hoy. Uno puede imaginarse la escena y los obstáculos que aquejaban a estas personas. El mercado era un lugar ruidoso, lleno de gente que no suele fijarse en los enfermos ni en los inválidos que allí hay, por lo que estos sufrientes no tenían a nadie que los socorriera. Tenían solo una posibilidad de curarse: cuando Jesús pasara por allí, por lo que la aprovecharon y fueron sanados. No solo eso, sino que se convencieron del amor de Dios y de que Jesús era el Mesías esperado.
Es cierto que hoy no podemos tocar el borde de la túnica del Señor, pero él quiere darnos la misma seguridad de su amor a nosotros; quiere que tú experimentes la misma sanación, amor y poder que estas personas experimentaron “tocándolo” en la Sagrada Eucaristía y en la oración. El Señor llenará de amor tu corazón.
“Jesús amado, sé positivamente que tú eres el Mesías de Dios! Cúrame, te lo ruego, y déjame experimentar tu amor día a día.”
1 Reyes 8, 1-7. 9-13
Salmo 132(131), 6-10
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